La despedida de su hermano

La despedida de su hermano

Nero Tame

09/10/2017

Estaba siendo la despedida más dura de su vida. Ni en sus peores pesadillas podía imaginar que iba a acabar de aquella forma. Tenía ganas de llorar.

Se le había escapado de las manos y sin que hubiera podido hacer nada por evitarlo. Bruno miraba atónito a su alrededor mientras la batalla campal iba creciendo imparable.

¿Cómo habían llegado hasta ese punto? por Luis…

Luis iba a ser el primer en casarse del grupo, y sin llegar a los treinta. Bruno estaba muy emocionado ante la boda de su hermano pequeño. Así que cuando le dijo que quería que fuese su padrino fue el momento más especial en toda su vida. Y una gran responsabilidad.

Habían sido inseparables des del nacimiento de Luis, dieciocho meses después del suyo. Sus diferencias les habían unido más. Bruno el despistado, el impuntual, el repetidor, el que decidió abandonar los estudios por una vida laboral fácil, el de la falta de compromiso y gran corazón, el atleta, el soñador instalado permanentemente en la luna de Valencia. Luis el metódico, el que seguía con la misma novia desde los quince, el estable, el que cumplía siempre, el de la carrera universitaria y el trabajo estable en el BBVA.

Para Bruno, organizar esa despedida, fue el momento más transcendental al que se había tenido que enfrentar jamás. Se conjuró para que fuese el día perfecto. Ideó ciento tres planes descabellados, tuvo noventa y dos ideas a cuál más imposible, contactó con más de setenta amigos, visitó veintidós restaurantes, llamó a seis números de striptease… y a dos semanas del evento no tenía nada cerrado. En aquel momento de gran desesperación tomó una decisión: hacerlo fácil. Se centró solo en los gustos de Luis y en una sola tarde cuadró toda la agenda.

Le habían levantado temprano y paseado por su vida: el hospital donde nació; el colegio que los vio crecer donde jugaron un partido de futbol; su sala billar de billar preferida; los diferentes bares de su adolescencia; sesión doble de cine. Y acabaron en un restaurante argentino que les había reservado la planta de abajo a las diez. Aunque el gran colofón de la noche iba a ser la actuación estelar de un mago. La magia volvía loco a Luis desde pequeñito.

Y todo había salido a la perfección hasta la cena. Ya sentados se contaron las mismas anécdotas, repetidas hasta la saciedad, las risas, gritos, abrazos, cánticos, y Luis en medio de todos, radiante, con una sonrisa de oreja a oreja.

De repente se había abierto la puerta del restaurante y por arte de magia, todos se callaron de inmediato. En la entrada habían aparecido dos mujeres entalladas en diminutas piezas de ropa azul, con escotes de vértigo, tacones interminables y pantalón corto marcando nalgas redondas. Bruno se había quedado helado. Quién narices las habría llamado, se preguntó mientras las dos strippers entraban lanzando miradas sugerentes sin rubor.

En esas que había acudido raudo y veloz el maître del restaurante para decirles: «Acompañadme, el espectáculo lésbico es arriba, con los italianos, disculpad».

Bruno había mirado a su alrededor. Tenía a cincuenta machos, borrachos, sobre excitados, con un subidón de alegría por el alcohol y las drogas, y con otro subidón de testosterona por la presencia efímera de aquellas dos mozas. El silencio fue tan asfixiante como estridente. La mente de todos ellos solo albergaba a las dos tías buenas en el piso de arriba.

Y fue cuando sonó una voz desconocida a sus espaldas:

«Hola a todos. Soy el mago Merlín. Esta noche va a ser increíble»

Bruno se había girado para ver a su espectáculo ataviado con un vestido negro, pajarita, y un sombrero de copa que le ofrecía un aspecto ridículo. El mago sonrió esperando que le ayudasen con las presentaciones. Alguien tosió y carraspeó. Fue cuando Bruno entró en pánico.

Un gruñido desde el fondo: «¿Un puto mago? ¿En serio? Y una mierda»

Y de la nada, le había caído en medio de la cara del pobre ilusionista un trozo de tarta que le había borrado su sonrisa bobalicona. Aquel fue el disparo de salida de la marabunta de hormonas descontroladas. Sin apenas entender lo que pasaba los dos hermanos se vieron arrastrados al piso de arriba por una multitud enfurecida y cachonda. Allí se toparon de enfrente con una nueva realidad: los veinte italianos y las dos chicas ataviadas con un par de tangas que dejaban al aire sus generosos atributos.

Los bambinos dejaron de vociferar y se giraron hacia el grupo recién llegado con caras de pocos amigos. El ambiente hostil que se respiraba les puso sobre aviso. Estaban dispuestos a defender su honor y el de sus damas con toda su hombría. La batalla campal estaba servida. Y sucedió como no podía ser de otra manera. Saltaron puñetazos, patadas, arañazos, seis piquetes de ojos, agarrones, codazos, salpicaduras de sangre, insultos, una botella rota sobre una cabeza hueca, cuatro sillas aplastadas, catorce moratones y un brazo roto.

Y ahí se encontraba Bruno, pasmado.

Luis le cogió del brazo sacándole de su estupefacción y le deslizó por entre la maraña de cuerpos enzarzados. Al llegar al piso de abajo Bruno vio como el mago aún estaba recuperándose del tartazo. Luis que estaba más sereno dijo con voz pausada: “¿Estás bien?, pues larguémonos de aquí cuanto antes”.

En esas les alcanzaron las dos chicas rusas intentando vestirse de nuevo, a la carrera, mientras huían despavoridas.

Salieron los cinco del local procurando aparentar tranquilidad mientras a sus espaldas se oían sirenas estridentes acercarse amenazantes. Se escondieron en un portal cercano para recuperar el aliento.

Una de las chicas rusas dijo » Y ahora qué hacer, tener dos horas más pagadas».

El mago respondió al instante: «tengo mi estudio cerca, y también una hora contratada. Podemos hacer intercambio de actuaciones».

Bruno miró a Luis sin poder articular palabra. A veces la vida te regala momentos mágicos que no puedes dejar pasar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS