LA CARBONILLA DEL SHANGAI
Todas las familias tienen inconfesables secretos de corazón, la mayoría de ellos se van a la fosa con sus autores.
Algunos sin embargo, permanecen escondidos en un rincón de la historia del clan hasta el día en que alguien decide revelarlos. Durante unos meses provocan lamentos pero más tarde y poco a poco se van asimilando añadiéndose a los renglones que conforman el retrato familiar.
Mis padres dejaron las penurias de su Galicia natal en el año 1944, pocos meses después de casarse.
Fueron la perfecta imagen de la emigración provocada por la recién finalizada guerra civil que dejó España arrasada en manos del fascismo.
Masas de personas en esos años comenzaron a trasladarse del campo a las ciudades. Huían de las penurias de su casa sin pensar en lo que iban a encontrar, lo importante era marchar.
Las personas que procedentes de Andalucía llegaban a Barcelona, mayoritariamente lo hacían en tren, en un convoy denominado “El sevillano”, los oriundos de Galicia lo hacían en el “Shanghái”.
Era en un día tranquilo de noviembre cuando mis padres llegaron a Barcelona buscando olvidar las carencias de su infancia.
Los primeros años fueron muy difíciles.
A casa no cesaban de llegar paisanos que, en su misma situación, también decidieron dejar sus campos para encontrar en la ciudad algo mejor.
Mi padre, Felipe, encontró trabajo en una fábrica de juguetes y mi madre, Lina, cosía guantes y ropa interior de señora, en casa. Los fardos eran enormes ocupaban todo el pasillo y con los ingresos que les proporcionaban estos esfuerzos apenas podían mantener la familia compuesta por ellos, mi hermano José Manuel y yo, años más tarde llego mi hermana Pilar pero entonces la situación era diferente, se habían conseguido mejorar los ingresos y José Manuel, recién cumplidos los catorce años, empezó a trabajar de botones en una compañía de seguros.
Con su colaboración hizo que pudiéramos comprar un televisor.
De Galicia seguían llegando noticias y en verano, cuando aún Pilar no había nacido, José Manuel y yo en compañía de alguna persona que viajara hacia Tui, íbamos a pasar los meses sin escuela, en compañía de los abuelos y algunos tíos que todavía vivían con ellos.
Una de ellas era tía Delia, la mayor de los hermanos de mi madre, tuvo un hijo de soltera, Pedro, que también compartía la vivienda familiar. Mi primo, era querido por todos.
Nos explicaron que el papá de Pedro no pudo casarse con la tía debido a una bronconeumonía que padeció el invierno del nacimiento del niño y, a consecuencia de la cual, falleció.
Mientras tanto en Barcelona, el clima de crispación que se vivía en casa fue creciendo y las discusiones entre mis padres eran cada vez más duras y frecuentes.
Mi madre emanaba una amargura que achaqué a la lejanía de su familia. Siempre quise justificar su desconsuelo a pesar de que ya había abusado sexualmente de mí, mi corta edad no me daba oportunidad de analizar lo que estaba pasando, simplemente lo sufría.
El tiempo me llevó a otras conclusiones más dolorosas, costó algunos años de terapia poder llegar a vivir con el horror.
La vida seguía, Catalunya ya no era aquella del año 1944 que mis padres encontraron. Felipe había fallecido, era 1978, y yo casada con Salvador, a los 27 años di a luz mi tercer hijo, una niña: Marta, le precedieron Irene y Fernando.
La llegada de mis hijos palió mi angustia, ellos compensaron el dolor que me causaba aquella sombra negra que entraba en mi habitación a su antojo.
Seguí muy ligada a Galicia, todos los años sentía la necesidad de viajar para abrazarlos, y hasta que falleció y de manera muy especial, a tía Delia.
Mi madre murió en el quirófano del hospital de la Cruz Roja en Barcelona, quiso regresar a su tierra y a su río y cumpliendo su ruego ahora juega en las aguas del Miño, mis hermanos y yo deseamos haya encontrado la paz.
Aquella amalgama de agresividades que vivimos, sobre todo mi hermano por ser hombre que era castigado por mi madre con extrema dureza, dieron como resultado el desamor entre él y nosotras sus hermanas.
Fui recapitulando información emocional de toda la familia, de los cinco hermanos que había tenido mi madre dos tuvieron hijos fuera del matrimonio que nunca reconocieron, el hecho de ser hombres les daba una serie de privilegios que siendo mujeres no hubieran tenido.
Uno de mis tíos tuvo un hijo con su cuñada, todo perdonable por ser hombre.
Por parte de mi padre, el abuelo viajo a Cuba en diversas ocasiones, en una de ella le acompañó el hijo mayor, allí formó su familia y todavía en Camagüey residen mis primos.
Otro de los hermanos viajó en varias ocasiones con mi abuelo a EEUU y también a Cuba, tuvo un hijo en Galicia, que no quiso reconocer hasta que éste cumplió 19 años.
Siempre sospeché que mi abuelo en América había tenido una doble vida pero únicamente son conjeturas.
Después de divorciarme y jubilarme pude cumplir mi deseo de trasladar mi residencia a Galicia.
Y como siempre sucede y después de tantos años, mi primo Pedro ya fallecido, en una reunión familiar me comentaron que su padre no era aquel señor del que siempre nos hablaron, muerto por un problema pulmonar, si no que era mi abuelo, si mi abuelo al que adoraba y que sigo queriendo en recuerdo había intimado con su hija y fruto de esa relación había nacido mi primo/tío.
Tuve que hacer gran esfuerzo para aceptar, pero el cariño sobrevivió a todo.
El apego a mi tía Delia compensaron las torturas de Barcelona que ella desconocía, el amor que mi abuelo me regalaba los meses que compartíamos pesan más que cualquier juicio que yo pueda hacer, y que me he negado a realizar.
Quizás existen otros secretos guardados en la tumba de sus autores pero esos no los descubriré yo.
El Shanghái dejo de silbar hace ya años.
MDC
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