«Y aunque no quise el regreso
siempre se vuelve al primer amor»
[Gardel, Volver]
Mi mamá nunca me habló de los abuelos argentinos, ni tampoco de mi padre, al que no conocí. Cuando murió, revolviendo entre sus papeles hallé esta foto. Detrás alguien había escrito Cafetín de Pompeya, 1931. Era hora de viajar a Buenos Aires, a encontrarme con mi historia.
***
Entré en un destartalado cafetín de Pompeya y mostré la foto.
-Si el viejo Ernesto no sabe, olvidate -dijo el tabernero.
Ernesto, en su mesita del rincón, se caló los anteojos y clavó su mirada en la pareja. Se quitó el sombrero tanguero, apuró su caña, me dijo que me sentara y me contó esta milonga.
*
A ella la llamaban la Rubia, y cuando conoció al Flaco era una pebeta de quince años que se alquilaba como pareja de baile para ganarse unos pesos.
A él le llamaban el Flaco, le doblaba la edad y hacía ver que le traía sin cuidado la mina. Pero bailaron un tango y saltaron tantas chispas que se quedó sin luz la Avenida Corrientes. Entonces la llevó a su cuartito azul:
–Andate con cuidado, Flaco, que soy virgen.
-A otro con ese cuento, Rubia.
Y esa noche la desfloró.
-Nunca lo hubiera pensado, Rubia.
-No pensés tanto, Flaco, que te enfermás.
Entonces le pidió que se quedara con él para siempre.
-No nací para bailar un solo tango. El mundo es ancho y ajeno, quiero saboriarlo.
-Con Dios, pues -la despidió enojado.
*
Pasaron veinte años, que no es nada, la Rubia regresó y lo amó sin freno una noche entera. Para el primer asalto ni le quitó el vestido rojo que tanto le excitaba. Le vendó los ojos, y ella, complacida, se dejó hacer. La sentó en la mesita del recibidor, le arrancó las bombachas de lujo y la cogió. Ella sintió en las entrañas su verga, vieja conocida, y comenzó a gemir hasta que el Flaco se derramó en una mezcla de sentimientos duraderos e ilusiones fugaces.
-Vine antes de que te malograra la desesperanza, Flaco. Agradecelo.
-Siempre serás una pendeja… ¿Volviste para quedarte?
-Nomás porque te adiviné apurado, Flaco, pero ahora que cosí la herida parto de nuevo.
Y se volvió a marchar.
*
La Rubia aprendió de la vida en los tangos que se cantaban en el arrabal. Apuntaba ya de chiquilina maneras de hembrita fatal, con su culito respingón que los niños manoseaban a riesgo de recibir un cachetazo, y sus pechitos con pezones bien marcados que los borrachos, entre trago y trago, celebraban.
Recuerdo su boquita pintada de carmín, los ojos emborronados con rimmel, unas medias negras de su vieja arrugadas, y una faldita que dejaba ver la bombachita blanca gastada de niña pobre.
Fue cuando el Flaco, compadecido, se la llevó al cafetín para que bailara allí con los clientes bajo su protección. Y se fue enamorando en silencio, aceptando para su mal que la niña iba a ser una mina peleona.
*
La Rubia volvió pasados unos años y lo citó en un hotel.
–Vendame los ojos, Flaco, no quiero ver la ruina que el hijo puta del tiempo te causó.
–Seguís siendo una hembra de bandera, Rubia.
-Me pone triste no haber estado más tiempo con vos, Flaco.
-¿Vinimos a coger o a chamuyar, Rubia? ¿Es que te volviste doctora?
Ella dejó caer el vestido rojo ceñido y se quedó desnuda.
-¿Responde esto a tu pregunta, Flaco?
-Te aumentaron los pechos, pendeja. Sé lo que me digo.
-¿Ya no te gusto?
-Más que antes.
Y siguieron bailando ese tango que empezaron hacía tantos años y del cual ya sólo iban quedando las cenizas. Después le dijo:
-El amor es peor que la merca. Te encierra en una jaula de oro.
Y se volvió a marchar.
El Flaco se acomodó en la cama. Al poco llamaron a la puerta.
-¡Se arrepintió mi Maleva! –exclamo con alegría.
Fue a abrir y se encontró un enano lloroso que medía la mitad que él.
-¡Mi mamá me dijo que sos mi papá y que ahora te toca a vos!
-¡Será pendeja!
-¿Cómo te llamás?
-Diego, Señor. Pero todo el mundo me dice Flaquito.
*
El niño creció en el cafetín, y se convirtió en un atorrante de cuidado. Heredó del Flaco la pasión por el tango, y de la Rubia la afición a la parranda.
-Me voy a a conocer mundo -le dijo un día al Flaco.
-En la avenida Corrientes está todo -le respondió su pa.
-No nací para bailar un solo tango. Me voy a España.
–Tenés la misma sangre que tu vieja.
-Ella siempre decía que el mundo es ancho y ajeno.
-No me hagás hablar mal de ella, porque es el amor de mi vida.
Y Flaquito se fue a Barcelona, donde se enamoró, y regresó pasado un tiempo.
*
El Flaco se murió sin volver a ver a la Rubia. Los amigos decretaron una semana sin tangos en el cafetín. Alquilaron una carroza de caballos con crespones negros y pasearon el ataúd por toda la avenida Corrientes, ante el estupor de la cana, que no tuvo más remedio que dar paso preferente a ese cortejo de piantaos.
Juana, la Rubia, regresó para encerrarse tres días seguidos en el mejor hotel de Buenos Aires y llorarle a sus anchas. Cuando se quedó sin lágrimas apareció en el funeral vestida de señora rica, con un pañuelo de seda en la cabeza, gafas negras y un vestido decente que no podía esconder la indecencia de su cuerpo.
Los amigos habían dispuesto que los músicos interpretaran en el funeral el tango Cafetín de Buenos Aires. Al escucharlo la Rubia empezó a taconear. El bandoneón dialogaba con su repique. La mirada de Juana era la de antaño. Tangueando altanera sacó a su hijo a bailar el tango. Se acercó al difunto y le dijo:
-Me demoré, Flaco, pero a esta cita no podía faltar.
*
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