UNA DESGASTANTE AGONÍA DE TRES MESES TRAS 6 MÁS DE CAMA OBLIGADA.
Cuando su mamá, de setenta y cinco años de edad, se cayó en el baño, y por el hecho de que este tenía puesto un seguro por dentro, imposible de destrabar por fuera, la desesperada familia tardó una hora en poderlo abrir y otro tanto igual de tiempo para trasladarla hasta su cama pese a la ayuda de dos enfermeras y varios de los hermanos, Javier comprendió que aquello podría ser el principio del fin. Todos dijeron que era un pesimista espantoso, pero algo le decía que esta vez su madre no volvería a caminar en el resto de sus días y que éstos no serían muchos que digamos. Y es que la señora Leonor había padecido desde muy joven de múltiples enfermedades y achaques desde que, después de haber perdido a dos bebés recién nacidos, y ella estando esperando a otro, que afortunadamente hasta la fecha está sano y fuerte, a una prima hermana suya se le ocurrió la estúpida idea de decirle que la segunda de sus hijas, Hermenegilda Leodegarda, estaba muy grave y que a causa del sarampión podría perder la vida, con lo cuál la recién parida se escapó del hospital para ir a ver a su pequeña en camiones de los entonces llamados “vitrinas” y le causo una flebitis marca diablo con la cuál le tuvieron que cambiar las venas de ambas piernas y no perdió la vida en ese momento de puritita chiripa. De ahí en adelante las calamidades de salud, y económicas no pararon y se sucedieron una tras otra casi como torbellino o una maldición. A lo largo de su vida contó más de veinte operaciones quirúrgicas por diversas causas, sin contar las fracturas de piernas, brazo, costillas y la pérdida de todos sus dientes porque Javier, su hijo mayor, tuvo a bien chuparse todo su calcio cuando estaba en el vientre materno.
“COMO EN BOTICA”, REZA UN REFRÁN POPULAR; “HUBO DE TODO”.
De todo sucedió en la historia de la Familia Brenes Berho, desde el constante crecimiento ordenado de su casa de Garambullo, los múltiples juegos que su madre mandó instalar para la diversión de los ya seis hermanos, la muerte de la Tía Lupe en 1972, después de seis largos años de cama y varios de “demencia senil”, de la tia Carmen Bue-Abad, prima hermana de la mamá de Javier en 1973, mismo año en que la familia alojó a otra pequeña familia de exiliados comunistas chilenos, del abuelito Domingo en 1974, la muerte de María, la penúltima de sus primas hermanas por el lado de su madre el mismo año, La inauguración del Salón de Fiestas Infantiles Fantasifiestas Baloo en 1974, más de una docena de años en los cuáles los muchachos se la pasaron acampando y excursionando por todos lados con alguno que otro accidente como postre, fiestas de disfraces de todo tipo Halloween, hasta la fecha largamente recordados por parientes, amigos, amigos de los amigos y no pocos colados. Noches de Peña, con música latinoamericana, cómicos, magos, “meseros” improvisados y muy bromistas, etcétera. El incendio de la casa el diecinueve de septiembre del ochenta y cinco, cumpleaños de Hermenegilda Leodegarda. La muerte de la Tía Consuelo, la última de los trece tíos que tuvo por el lado de su mamá, el fallecimiento de la tía Panfilona y un largo etcétera casi imposible de enumerar hasta que ¡Por fin! Ya finalizando el año del 2005 llegaron a la, literalmente hablando, porfiriana casa de Naranjo, en Santa Maria la Ribera en donde les tocó recibir a Lulusa, la mediana de las hermanas, en estado comatoso, mismo que mantiene hasta la fecha.
EN NARANJO CONTINUARON LAS FIESTAS
Hubo fiestas infantiles alquiladas, comidas y cenas empresariales, Primeras Comuniones, bautizos, etcétera, lo único a lo que Javier se negó tajantemente fue a las fiestas de XV años pues además de considerarlas cursis y estúpidas, en éstas la gente suele ponerse unas guarapetas espantosas y jamás ha soportado lidiar con borrachos. Mas fiestas de una noche de duración para los sobrinos, de disfraces, como en los viejos tiempos de Garambullo nunca faltaron. De todo eso, y mucho más, la ya finada Leonor fue el eje central y artífice. Ahora la enorme casa más que casa, parece caserona, no ha faltado el visitante que pregunta si hay fantasmas e incluso quién afirma haberlos escuchado o sentido, cosa que Javier, en doce años de habitarla jamás ha visto, sentido, ni escuchado. Pero falta algo, mejor dicho, alguien, la pieza central, quien le daba vida e inyectaba magia en todo y en cada rincón. Ya no está más, y tampoco estará, si acaso en sus recuerdos y en algunas fotos colgadas por el pasillo de la planta de arriba. Una extraña sensación de vacío se cierne, ya no digamos a todo lo largo y ancho de aquél enorme inmueble, sino de todos y cada uno de aquellos corazones silenciosos. No han faltado comidas familiares y paseos a La Marquesa para intentar levantar los ánimos, pero de poco, o casi nada han servido. Además, Javier era lo que algunos psicólogos modernos, conductistas y seguidores de las teorías del Desarrollo Humano han dado en llamar “El Hijo Parental”, es decir, aquél hijo, que excepción hecha del aspecto sexual, cumplió, parte por vocación, parte por las circunstancias y otro tanto por necesidad, como aquél que suple en casi todo al padre de familia. Rol que no todos los hermanos aceptaron de tan buen grado y hoy parecen querer cobrar viejas facturas, inconformidades y desacuerdos. Javier, se siente hoy más solo que nunca, ya que como buen solterón empedernido, no tiene ya con quién compartir aflicciones, penurias, problemas, sueños o proyectos personales o de negocio. Ahora tiene que entregar cuentas, como administrador que fue, de su madre, a sus hermanos y albacea, quienes esperan ya recibir lo suyo, independientemente de las deudas que quedaron, entre ellas, las de hospitalización, mismas que se le deben, integras, a Leodegarda Hermenegilda.
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