El rostro de Amr es lo más cerca que he estado de El Cairo. Le envié una carta. «Aquí las cartas no llegan» me dijo por teléfono, riéndose bajamente, como abrazando los defectos de su país. Aquí nada significa lo mismo: los semáforos o ser mujer en un autobús abarrotado. Amr intentó venir a España pero la Embajada lo rechazó. Este año, después de graduarse, tiene que alistarse en el servicio militar. Amr es un retrato de su ciudad y su voz el único mapa que poseo hasta ella.
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