Recuerdo haber leído “Mi, o el viaje a Pekín” y quise ir a Pekín. Me entraron unas ganas locas de ver las playas naranja del Himalaya, correr por los bosques azules del Sahara.
Quise ser Mi, el viajante o el viajero. Nunca el judío errante que vaga a través del tiempo, a solas con su remordimiento. No, yo sería Mi, y mi destino sería Pekín. Quería verlo todo, sin límite, más allá del contorno de la luz. Traspasar la mirada miope de la certeza. Ese era mi deseo.
Aún no he llegado a Pekín.
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