Despierto algo contundido en un bosque de algún lugar de la isla de Chiloé. En el ambiente percibo una garúa mágica, que humedece mi rostro con un austral saludo de bienvenida.
De pronto, de entre la densa vegetación, se escurre un furioso Trauko que me sale persiguiendo muy ágil y agresivo. Se abalanzan en lo alto esotéricos Chonchones cantando muerte y como el río se oye al Camahueto rugir de ira.
Llego a la costa y veo la espalda de la Pincoya, gran alivio, se avecina una rica paila chilota.
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