Te marchaste y aún no me ha llegado ninguna carta tuya. Ya no puedo más. Echo de menos tus hoyuelos, jugar a las canicas y recorrer los pastos en busca de aventuras contigo y Tomás. Cada vez que digo tu nombre, ladra, y le entiendo. Aquí en Sada solo soy otra boca que alimentar, y aunque apenas tenga doce años, seguro que tienen trabajo para mí en esa azucarera nueva. Al fin y al cabo se llevaron a tus papás y a medio pueblo. Me pregunto cómo serán los lugares por los que pase, cómo será Épila.
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