Sacó una cajita chiquitita de madera, raída por el paso del tiempo, con hermosas flores talladas, descoloridas por las caricias de sus temblorosos dedos.
La guarda en el segundo cajón de la cómoda, junto a los pañuelos de primavera, y un poquito más al fondo, un pasaporte.
Algunas noches, saca el preciado objeto en la intimidad de su habitación. Lee una y otra vez el final de la carta que le mandó Diego años atrás y se duerme repitiendo esa frase: «Marieta, mi amor, te espero en Buenos Aires».
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