Aún recuerdo aquellos interminables viajes en carretera a la mágica tierra de mis abuelos, o por lo menos eso parecía a ojos de una niña donde cada día era una intrépida aventura.
Cierro los ojos y siento el aire a través de la ventanilla trasera rozando mi cara y alborotando aún más si cabe, aquellos rizos indomables.
Sin embargo al abrirlos, la realidad me despoja de cualquier ensoñación pendiente por vivir, ya que aquel trayecto a los verdes parajes de Monforte, se fue y nunca llegó.
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