El viaje fue largo. Me siento fatigado e ignoro mi paradero.
El lugar parece a una biblioteca, pero no una de la cual haya tenido noticias. Advierto su infinitud cual certeza onírica, a pesar de mis maltrechos ojos.
En el suelo y frente a mí, una nota: «Encontrarás aquí cada libro escrito en cualquier tiempo y en cada uno de los idiomas. En uno de ellos, una metáfora sencilla con tintes de aporía, se acercó remotamente a la verdad.»
De pronto entiendo: he muerto.
Aún no sé donde estoy.
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