Estábamos de acuerdo. Los fiordos debían ser un espectáculo digno de verse.
Sin embargo, había que tener en cuenta que ese viaje no podría hacerse sin alterar de forma notable nuestra rutina diaria. Los niños tendrían que desenvolverse autónomamente en ese periodo de ausencia, lo que significaba hacerlos independientes de la noche a la mañana. Pero estaba decidido, marcharíamos en breve.
Lejos de hacérsele un mundo se entusiasmaron con la idea de quedarse solos.
¡Tráeme uno! pidió el pequeño.
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