Se sienta en la cama, se inclina sobre mí y en latín, que es su lengua vernácula, me dice al oído que polvo soy y en polvo habré de convertirme. Se descubre el capuz y si su calavera monda hubiese estado revestida de músculos, nervios y piel, seríamos testigos de que acaba de adoptar una mueca de sorpresa. Entonces repasa con la falange distal un listado en un libro encuadernado con cuero humano y, contrariada, detiene el reloj de tiempo. Hubo un error: esta noche tampoco viajaré con ella.

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