El día que Juan Pablo II visitó Colombia

El día que Juan Pablo II visitó Colombia

Natalia Calao

10/10/2016

“Juan Pablo II llegó un 2 de julio a las 3:15 de la tarde a Colombia a bordo del Boeing 767 de Alitalia. Era 1986.” La imagen del papa bajándose del avión y besando el suelo colombiano le dio la vuelta al mundo. A Medellín llegó el 5 de Julio. Hace 30 años.

Las vacaciones de mitad de año coincidieron con esa fecha. La suerte no podía ser mayor. Mi mamá y mis tías iban a conocer al Papa.

Ese 5 de Julio no comenzó como una mañana típica de vacaciones. Los platos empezaron a chocarse en la cocina desde muy temprano. Y la orden de levantarnos al baño llegó de la boca de mi mamá cuando aún estaba oscuro. Mis tías corrían de un lado a otro de la casa y el olor de la ropa caliente recién planchada nos alcanzaba. Mi prima, mi hermana y yo en un rincón, muertas de frío, con el pelo mojado y los ojos de sueño bien puestos.

Cuando mi mamá estuvo lista sacó una pequeña maleta de debajo de la cama, la abrió y tres vestidos vaporosos saltaron como resortes recién liberados. Eran blancos con muchos boleros de encaje. Eran nuevos. Nosotras no íbamos a conocer al Papa pero sí íbamos a estrenar.

Todas estuvimos listas al tiempo, peinadas emperfumadas y estrenando. Ellas listas para salir, nosotras listas para quedarnos.

Frases de rutina para la despedida: Pórtense bien, no le den lidia a la abuelita y lo más importante: No pueden salir a la calle a jugar porque tienen vestidos nuevos. La frase nos cayó como un saco de arena que golpea al boxeador desprevenido. Beso en la frente para todas y en nuestras caras una mueca de amargura las vio bajar por la loma de Barrio Nuevo.

Al cabo de dos horas de la despedida ya habíamos agotado todos los juegos que se pueden jugar sentadas y sin moverse mucho. La creatividad escaseaba y los juegos de siempre nos seducían como manzanas del paraíso. Sin pensarlo mucho cedimos a la tentación. Ladrones y policías. Escondidas. Golosa. Bate. Gallinita ciega. Todos y cada uno de los acostumbrados juegos fuimos chuliando con nuestros vestidos nuevos que hacía rato habían dejado de ser blancos.

Un grito de alguna de nosotras nos alertó de la llegada de mi mamá y mis tías. Habían pasado un par de horas y la risa del trío de bendecidas empezó a trepar la loma. El tiempo había pasado muy rápido, como siempre en un día de vacaciones. Teníamos que entrar a la casa lo más rápido posible, y el camino más corto era saltar por encima de la reja que encerraba el jardín de la abuela. Saltó primero mi prima, luego mi hermana y cuando llegó mi turno el miedo y los malos cálculos hicieron lo propio. El salto fue demasiado corto. Yo alcancé a pasar pero mi vestido no. Los largos boleros me traicionaron y se quedaron enredados en uno de los tubos galvanizados de la reja. Así fue como me encontró el trío de bendecidas. Izada como una bandera vieja, en la calle y con el vestido sucio y roto. Así es como recuerdo la visita de Juan Pablo II hace 30 años a nuestro país.

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