Ella nació en 1935 antes de la segunda guerra mundial y cuando cumplió los cuatro años fue encontrada en la calle pidiendo y buscando comida. Unos hombres la metieron en una camioneta y se la llevaron al barrio de Hortaleza, en Madrid, a un colegio de auxilio social donde las monjas le dieron refugio y un poco de alimento. Allí, según me contó, una señorita de dibujo le dio una paliza que le reventó los oídos.
Permaneció en el colegio hasta los dieciocho años y después se marchó de nuevo a vivir con su madre, se casó y tuvo cuatro hijos. Perdió a Yolanda, la mayor de todos, pues con tan sólo seis meses contrajo Poliomielitis.
Su matrimonio empezó a ir de mal en peor pues mi padre se convirtió en un vago alcohólico. Pegaba a mis hermanos, a mi madre le daba muy mala vida y él acabó consumiendo toda su juventud. Situación que duró muchos años…hasta que yo crecí, y gracias a mí se fue de casa. Tuve que echarle…
Muchos meses después de vagabundear por la calle ella le acogió de nuevo. La situación había cambiado, él ya no bebía y estaba muy enfermo. Le cuidó y le mimó durante años, hasta que un día antes de morir le pidió perdón y ella lo aceptó, demostrando así, el enorme y descomunal corazón que posee.
Yo soy ¨la pequeña¨ y siempre que me contaba historias, como no entendía de qué hablaban, no prestaba mucha atención. Cuando empecé a tener edad para comprender todas lo que ella me contaba, no dudé en escucharla. Todo me parecía horrible y en la oscuridad de la noche cuando quería conciliar el sueño, intentaba no pensar en todo aquello para que no se transformase en pesadillas. Nunca he sentido tanta pena por una persona. Una vida llena de amargos tragos que supo llevar con aquel espíritu luchador que la hace única. Mi madre, a pesar de todo, supo seguir adelante.
En ella quiero centrarme porque realmente me deja la mejor herencia del mundo: historias de un ayer que siempre sentiré muy lejano y que fueron su vida. A día de hoy sigo escuchando su dura infancia y ahí es cuando me doy cuenta de todo lo que han vivido nuestros padres de pequeños, de cómo aquella guerra les marcó para siempre y de cómo tuvieron que sobrevivir. Nosotros lo hemos tenido más fácil gracias a que lucharon porque fuese así. ¨No debemos olvidar quiénes somos y de dónde venimos¨. me dice siempre para que nunca lo olvide.
Amalia, pues así se llama, es dulce, cariñosa y la persona más buena que te puedes encontrar en este mundo de locos.
Una tarde, cuando veníamos de dar un paseo, nos montamos en el ascensor y mientras observaba su rostro envejecido en el espejo del oscuro y viejo elevador, me dijo algo que yo jamás olvidaré. Se tocó la cara con ambas manos y de pronto me miró con ojos que llameaban cual velas encendidas.
— Hija mía esto que ves —volvió a fijar la mirada en el espejo —no soy yo. Mi cabeza no va con este rostro arrugado ni con este cuerpo, al que tengo que arrastrar… —volvió a mirarme —así que un consejo te doy: disfruta de la vida todo lo que puedas, que al final a todos nos alcanza la maldita vejez y eso, mi niña, no lo podemos evitar.
Aquellas palabras me sirvieron para descubrir el espíritu joven que permanecía en su interior. ¡Qué razón tenía y con qué sentimiento me habló! La abracé de inmediato, y ella mirándome a los ojos, acarició mi mejilla para acercarla y así regalarme un tierno beso.
Con ochenta y dos años sigue siendo hermosa e inteligente. Su personalidad, las ganas de luchar a pesar de todas las adversidades vividas, que no han sido pocas, y esa cualidad de hacer que la persona que esté a su lado aprenda y pase momentos inolvidables… son un ejemplo de valía admirable. Es la persona más importante de mi vida, además de mis hijas y de mi marido.
Durante cuarenta y siete años he vivido a su lado. Nos vemos todos los días y prefiero estar con ella a estar con otras personas de mi entorno, siento que he de permanecer a su lado y disfrutar de su compañía mientras pueda. Con una simple sonrisa te hace olvidar un mal día… es como el amanecer de una noche sombría y la estrella que guía e ilumina mi camino.
Sé que el amor de una madre no tiene comparación y es una de las grandes fortunas que me ha ofrecido la vida. Ese cariño generoso que me brinda cada día y que va más allá de la edad se convierte en el amor perfecto.
Esa es mi madre y así la veo yo. Ella es el pilar que me sostiene con la misma fuerza con la que ha logrado que yo sea feliz. Por ello no puedo evitar tenerle miedo al día que falte. Sé que debo ser fuerte, porque tengo muy claro que voy a perder lo más importante de mi vida… y no se si seré capaz de superarlo.
Te quiero.
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