PARA COLMO EN CHICAGO CAÍA UNA PESADA HELADA.
No puedo sino imaginar el cuadro, mi tía
Panfilona recién llegada a la Ciudad de Chicago discutiendo airadamente con los agentes aduanales de los EE.UU y tratando, inútilmente, de arrebatarles
sus enormes tijeras de corte de costura (aunque más bien parecía que eran para cortar
pollo), imagino también que alguno que otro catorrazo les habrá metido en la
faena mientras les decía “estúpido, animal, ¿qué se está pensando”? y las caras
de todos esos policías al ver a ese gato salvaje, para colmo indocumentado, que
les llegó en un vuelo de Taesa desde la Ciudad Guadalajara. Pero todo eso, en
esos momentos, nosotros lo desconocíamos y muy lejos estábamos de siquiera
imaginarlo porque mi madre y yo acudimos a las siete y cuarto de la noche al
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para esperarla, su vuelo debía
llegar, y de hecho lo hizo, pero sin ella a bordo, a eso de las ocho de la
noche. La búsqueda comenzó infructuosamente con las pobres empleadas del
mostrador de esa línea aérea para continuar con todo un desplegado de diversos
cuerpos policíacos, incluidas la Policía Judicial del Distrito Federal, la
Federal, la entonces llamada Policía Federal de caminos, la policía auxiliar,
la Policía Aduanal y vaya usted a saber cuántas más. Revisamos hasta el último rincón de la enorme
terminal, de cabo a rabo, desde la parte nacional a la internacional, cada
tienda, bar, restaurante, baños de hombres y mujeres, a bordo de una patrulla de
la Federal de Caminos busqué también entre las pistas de aterrizaje y en los alrededores
del aeropuerto.
¡ABSOLUTAMENTE NADA!
Las horas transcurrían
vertiginosamente sin que supiéramos de su paradero, las llamadas a Guadalajara
para verificar con su hijo que la hubieran registrado como persona
discapacitada, cosa que siempre se hacía y nosotros teníamos que firmar de
recibido, como si fuera una menor de edad, al entregárnosla una azafata en su
silla de ruedas. Sí, la habían registrado de esa forma, pero en el vuelo nadie supo
nada de ella. Para esos momentos ya estaban ahí, sin dar crédito a lo que veían,
el Director General del Aeropuerto, el de la línea aérea, los jefes de todos
los cuerpos policíacos mencionados y altos funcionarios de las Secretaría de
Comunicaciones y Transportes. El revuelo
y la estupefacción eran colosales.
Sindicalismo # 22
Fuimos a la que alguna vez fuera su casa en
Sindicalismo # 22, ya en una ocasión se me había escapado a mi y le había
ordenado a un taxista que la llevara de inmediato a la que algún día fue su casa
y le dio de golpes al pobre hombre cuando por instrucciones mías le pidió que
se bajara del auto y tuve que darle una generosa propina para intentar
desagraviarlo. Pero nada, y en eso
estábamos cuando a mi casa llegó una llamada desde Chicago, ella había dado
nuestro número, mi hermana dijo: “tiene Alzhimer” y escuchó un ¡Oh my Good”. FIN.
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