Albor anhelado que refulges en mi ocaso
Ahora que la tormenta se aplacó, ahora que dejo al fin de discurrir,
yazco aterido y yerto sobre ignotos humedales de turbas negras.
Tierras fértiles, ricas, y sin embargo ahora baldías, extrañamente yermas.
Más ¿Qué lugar es este en el que la escorrentía se despoja de mí?
¿Qué hago yo aquí, entre helechos pasmados y flores muertas?
Ayer alzaba el cetro, era el rey de mi pueblo, de mi ejército adalid…
Y miradme hoy: soy bufón de mala corte, mustio siervo de calaveras,
paladín de mil escombreras, caudillo de nadie, despreciable reptil.
No debí gozar ufano, seguro y confiado siempre en mis mil estratagemas.
¡Oh¡ albur execrable, terco sino mío, obstinado destino, mi azar, mi lid,
haz virar mi fortuna, haz regresar a mi buen hado, torna mi estrella feliz,
purga mi yerro, expía mi pecado, laxa estas penas, aligera mis cadenas…
O, si no, siega mi vida, amputa ya mi alma, hiela mi aliento y hazme morir.
El loor de mi cruenta vindicta
Danzad, malditos bastardos, festejad con fausto y boato mi exilio y mi ruina,
bebed por ahora mi vino, holgad en mi lecho, gozad de mi prole, asaltad mi cocina,
refocilaos en mi desgracia adorando al funesto infortunio que quebró mi vida.
Más, teneos de olvidarme. Sabed que lo que hoy está abajo mañana estará arriba.
Y prestad oído a los bardos, pues emboscada en su trova finta mi venganza, mi
profecía; suerte anunciada de vuestro fatal destino y de la triza de vuestros huesos
aciaga guía.
Velad con tesón, o procurad eterna solaz a Cronos para que no geste un nuevo día.
Desconfiad os digo. Guardaos de mí con porfía, pues voto a tal que más os valdría,
si el ápice de mi alabarda sobre la cumbre divisáis, correr y apresurar la partida,
pues preludio irrevocable es de muerte, aval de exterminio y prólogo de vuestra
postrimería.
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