Pálido rostro emerge entre las tinieblas,
dama empapada se acerca a mí y comienza a temblar,
en su tiritar desea ser abrazada,
en su estornudar desea ser cuidada.
La seco con esmero recorriendo cada poro de su piel,
hipnotizado por su belleza, beso sus labios de miel.
Sus ojos me dicen te amo,
sus susurros nunca te olvidaré.
Ojos de cielo me miran desnudando mi alma,
penetrando lentamente meciendo con calma.
Los segundos, los minutos, las horas pasan,
los días unen nuestras almas en vida terrenal.
Los dioses nos observan con envidia y maldad,
sus argucias y sus triquiñuelas nos quieren separar,
pero nuestro amor es más fuerte,
ya que fue forjado por los mismos que crearon a las deidades.
La diosa envidia enferma terminal,
pretende que nuestros corazones sean arrastrados hacia la vacuidad.
El dios dolor intenta herirnos de muerte,
sin conseguir su propósito languidece este.
La diosa avaricia se convierte en humana,
así se nos presenta y pretende que nuestro amor se trunque en codicia.
El dios caos intenta que nuestras mentes pierdan el norte,
en sus empeños pierde la conciencia de la realidad y su suerte.
Han pasado los años,
nuestras vidas llegan a su fin.
Prometemos amarnos para siempre.
Nos besamos por última vez.
Los dioses al ver nuestro final deciden encender dos estrellas en el cielo,
las dos estrellas más brillantes de todo el universo.
Una lágrima cae desde el cielo,
son nuestras almas tocándose una vez más.
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