1.
No traje mucho
abre
Estoy desnuda
(casi)
Apenas vengo cargando este tazón con palabras
Está roto a un costado
Si corro se escapa el agua
Pero resiste,
las carga.
Anoche lo encontré en un banco.
(¿Quién ha podido abandonarnos?)
Querría llevármelo a casa. Pero no tengo. Lástima.
Y caminamos.
Hacía un frío de matarse
Tuve que beberme algunas de sus palabras
Me dio vergüenza pero por un momento
Por un instante
Pensé en beberme a «madre»
Uno no puede hallar tanto calor en ninguna otra palabra
Pero la volví a su sitio rápido.
O, mejor dicho, enseguida.
Ella no me lo hubiera permitido
Hubiese dicho ¡Busca bien! Seguro encuentras «cobijas» o bien «té» o…. «fogata».
Y es mejor no contrariarla.
Mamá no hubiese querido acabar nadando en mi panza.
Pero si en la tuya en cambio…
¡No digas más disparates!
Ya ves. Esto es mi equipaje.
Tengo un libro en la memoria que empezaba cuando un niño era alcanzado por la guerra y entonces en su alma se iban pasando el trono la tristeza, la rabia, el hambre… Hasta que finalmen…
pero no voy a contártelo todo aquí en el umbral
Tan así. Tan descalza.
Te pido que abras
Qué poco puede importar que no me conozcas
Insisto
Abre para que yo sepa que me has visto
Que no estoy loca del todo
Déjame estar en tu mesa cinco minutos
No tengo ganas de comer
Solo déjame ser parte de algún sitio. De algún sitio.
Pero tú aún no me abres.
Creo que soy una roca
Quizá un crepúsculo solo
Soy una hoja. Me seco. Me echo de menos. Me pierdo.
Abre la puerta.
Y ese sonido.
Abre la puerta
Se cierra.
2.
Duermes. Tu respiración llena toda la pieza.
Cuando despiertes es casi seguro que dirás «No, no. Mío, mío. Allá».
Te cogeré de la mano y nos iremos allá. Todo será tuyo, tuyo, incluso el mar. De verdad.
Quizás nos apetezca pasear.
Y desde esta mañana ha llovido tanto. Todos esos charcos. Todo ese universo que es saltar sobre los charcos.
Hay quien llama a este vendaval la gota fría o algo similar.
Yo lo llamo vamos a mojarnos los piecitos
a oler la tierra empapada,
A soñar.
Desde que te conozco la vida no ha hecho más que danzar
A veces blues. A veces jazz. A veces cumbia y a veces seguro algo tan experimental que yo qué sé qué pierna subir y qué brazo menear.
A veces no sé bailar.
Cuando me pides galletas oreo y yo quiero darte manzana y tú me mandas al diablo y te lanzas a llorar
Cuando tenemos que dormir porque son las doce y hay que madrugar pero tú te enojas y yo no se qué canción usar para volverte a calmar
A veces necesito contestar un email y tú no paras de saltar sobre mi ordenador y de decirme con todo el cuerpo préstame atención.
Y entonces no sé qué hacer.
Pero después hay momentos que los quisiera reproducir un millón de veces
En la ducha me acercas algo que se te antoja un micrófono y componemos grandes hits con cuatro o cinco «lalalas»
A veces me das la mano, me plantas un beso, me dedicas una sonrisa y todo vuelve a brillar.
Y no tengo mucho de adulta, la verdad. No tengo religión, ni un gran currículum, ni tomo pastillitas de dormir…
Pero puedo darte tantos abrazos
Hacerte tantas cosquillas
Susurrarte tantas historias
Como se te ocurra a ti desear.
Es así como sabe quererte tu mamá.
Y ahora te veo dormir. Y no existe nada más.
3.
A veces me imagino que llaman al timbre y tu voz
Tu eterna voz
Me saluda y dice «Baja. Ven. ¿Quién quiere merendar?».
Y entonces nos sentamos en el bar de Sol y yo te miro
y me pellizco
Y te vuelvo a mirar.
Y mientras oficialmente exhibo cara de idiota tú aprovechas y te comes lo que queda de mi torta
Y entonces oigo que el mozo te pregunta si va todo bien y tú dices que no te disgustaría nada otro café.
Entonces me ves
A los ojos
(Nunca has podido no tener mar en los tuyos, no llegar a lo más hondo, no desarmar a quien miras)
Y yo me pongo a llorar
Es tonto tener imaginación sólo para vivir cosas igualitas a la realidad
Eso pasaba en verdad
Cuando yo me sentía mal, era mirarte y que empezase a brotar
El miedo todo. El dolor. La rabia toda. Y así.
Pero si imagino más rato
Si me doy tiempo y sueño más
Llego a preguntarte qué tal la pasas allá.
Llego a contarte que el que mi hija no va a tenerte me agujerea el corazón.
Llego a pedirte perdón.
Y ahí te pones serio y
«Qué perdón ni qué perdón. «Qué tengo que perdonarte yo?»
Ojalá la próxima vez que te imagine te logre decir
Este millón de «gracias» y de «te añoros» que merecías oír.
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