A los que destrozados por dentro
callan el terror
con el que viven.
A los que habitan las cornisas
para no reparar en la precariedad de sus cimientos.
A los que venden sin escrúpulos
una parcela de su felicidad construida
en el suelo desolado de un terreno muerto.
A los que no saben comunicarse
con los servicios de emergencias
cuando se inundan sus cuatro paredes o se incendian.
A los fósiles políglotas
con domicilio expresivo en Atapuerca.
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