Clarea lentamente sobre un mar de acero
que mece a las gaviotas y arrulla al sueño,
y me envuelve una brisa cargada de esencias
de las profundidades oscuras y densas.
Me esfuerzo por guardar esta imagen serena
en el bullicio interno de mi mente alerta.
Pero se irá esfumando más allá de las horas.
Con el sol en su cénit, no será sino sombras.
Me perderé en el día, ese mar sin imagen,
sin rumbos y sin puertos. Sin pincel que lo plasme.
Sin esencias que evoquen un reino de misterios,
de leyendas, de mitos, de aventuras y sueños.
Me perderé en el día de singladura incierta
entre el ruido cierto de mi mente alerta,
volcando todo esfuerzo en la vana esperanza
de un futuro presente, de un probable mañana.
Cuando la tarde es púrpura y el mar de nácar,
a la espera del vuelo de una luna de plata,
siento vagar, lejana, mi alma tensa y fría,
hacia el confín azul que le infunde la vida.
Donde burla las olas y esquiva el viento,
postergando, inclemente, el temido momento,
la reclusión forzosa en cárceles de aliento,
de sangre, de sentidos, de oscuros pensamientos
que arriban a mis playas con la marea del tiempo.
Cuando el mar oscurece y relumbra su capa
bajo el brillo prestado de una luna de plata,
un cálido sosiego inunda mis entrañas,
devueltas a la vida cuando regresa el alma.
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