Perderé la voz, la vida,
perderé mi túnica y mi guitarra,
las copas y los licores que arroparon nuestras noches.
Perderé las ganas de verte, de aullar,
de temblar en la luna de tus hombros.
Perderé el turno, la ocasión,
de atrapar este sueño en tu mirada.
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Miseria de tu ausencia -como papel rasgado-
vacía mis bolsillos -de tierra, de oro-
hunde mis hombros -naufragio-
y aleja hambre y sed -descuerpo que se entrega-
Se arrastran pies sin rumbo
en ciclos, espirales,
en la sala de nuestro desencuentro,
en deambular sonámbulo
en la isla de este adiós. Se arrastran pies sin rumbo.
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Sin ritmo los tambores,
las cuerdas estallando,
mil voces sin un canto
y el grito sin garganta.
Así el desencuentro aleja
instantes de sol, plenitud y gracia.
Y se torna en sombra lo que fue luz.
Y se torna en sombra lo que fue luz.
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Danzaré este baile, locura,
fiesta del viento en invierno.
Se congela la tinta y no puedo
decirte los versos de antaño.
Tanto olvido me abruma -no es tan larga tu sombra-.
Helada la sangre se detiene,
y se hinchan las venas, y duele.
Gabán, fuego, amparo
que procura el caminar indómito.
No es tan larga tu sombra -tanto olvido me abruma-.
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Yace, proscrito y sereno,
como arcano dormido,
en la órbita pétrea de un astro ciego,
nuestro amor. Sin carne, sin sangre,
lucha, afrentas, delirio…
Vítreo y silente:
nuestro amor.
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Si el hombre pudiera decir lo que ama
tal vez confundiría
el frágil temblor de la amapola
con el pálpito feroz de sus venas.
Rendiría sus armas todo amante al ocaso
por yacer en la luna de esos ojos, ay, si pudiera.
De esos ojos.
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Vórtices, giros espirales de desigual vértigo,
veloz ruido que todo lo interfiere,
así el ansia de ti me arrastra
a la orilla más árida y sombría de las playas.
Lívida, inerte y fría
permanezco a la deriva en altamar
si me falta aquel barullo, vorágine, aire insomne
del ansia que en ti naufraga.
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Como una daga, tu muerte
abrió mi alma al dolor sin nombre.
Lacerada, inconsolable, la carne atónita sin ruta.
Muerte me diste, padre,
y allá quedó la persona que era, crisálida.
Llevo todos estos años ya
aleteando en tu sepulcro.
Espero una señal, un gesto, nada.
Cárcel de mármol, silencio blanco, tumba de los padres.
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En miradas esquivas mil jornadas
me han dado tu luz,
sin roce, sin contacto,
sólo luz,
en todos los cruces: el vestíbulo,
las escaleras, los corredores…
Inmersos en la bruma cotidiana,
tú subes, yo bajo, «Hola, qué tal», «Buenos días»,
escasas las palabras, pocos los encuentros,
nos fuimos enredando no sé como
en esta malla de deseo y luz
de deseo y luz
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Hilos de cristal serán las lágrimas
que a tu marcha sangre el alma mía.
Punzones que hieren el rostro, hierático,
extático en la sorpresa de tu anunciado adiós.
Cerco líquido y cristalino de la isla,
de la isla de este adiós.
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DE CERTIDUMBRE
Se tornan lejanas las presencias
cuando regresan a sus casas,
entonces las evocas en recuerdo
y suenan ecos, voces de los amigos que se fueron
como vinilo rayado, cri cri cri, a saltitos.
Y me sentí caer
en un abismo
de certidumbre.
Y me sentí caer en un abismo de certidumbre
cuando su inesperada presencia trajo
la ola de calor atronador que me ocupó. Supe entonces,
entonces supe de qué estábamos hablando.
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Ven.
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Recia incerteza del mañana,
ahora me nutre y sostiene
este puente de dolor y gozo.
En la arrogante voz de mi agonía
escucho el eco de tu robusta figura,
temblor que en mi epicentro hiere.
Temblor que en mi epicentro hiere.
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Horizonte de quimeras místicas,
fango y poso del penar silente,
paradójica derrota de la cumbre,
hundiré el corazón en tu aullido
hasta olvidar edad, dirección, nombre.
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Queda atrás, muy lejos, la lástima
que me daba toda pérdida.
Ya el pecho abriga por siempre
el divino despertar
de quien sentado frente a ti te mira y escucha
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En las metamorfosis secretas del amor,
musas adúlteras me llevan, sin dueño, entre versos
que no conocen rima ni paz.
Vuelan crípticos mensajes sin paloma
a un destierro que guarda peregrinos sin rumbo.
Y recorro la umbría arboleda
en la noche única, sin fin.
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Todos los mares, todos,
guardan amores
ahogados en llanto.
Y un océano de pasión y pena
circunda en recurrente ciclo
sus aguas, orillas,
capitaneando mareas.
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IN MEMORIAM
Era tanto el olvido
que no lograba hacerse presente.
Ni tan siquiera el futuro
se aventura
en la amnesia sin historia.
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Salitre de la piel sin ley, muro,
frontera que encierra
su clamor desesperado
a la espera de bálsamos fragantes, caricia
de mundos soñados, dulce adagio
de distancia.
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Otra ronda ciega
en el desierto me trae
poemas sin verbos,
fugas,
insomnes noches de luna nueva.
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Lectura de tu espalda
en el ara del deseo.
Paseo en la deriva
de esta barca al pairo.
Albada en voz mayor
a la puerta del mañana.
Tantas maneras encuentro
de no hallar las palabras…
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Buscamos en su pátina el abrigo
de certezas que abracen nuestros días
y los espejos callados nos responden, crueles,
toda suerte de preguntas,
vértigo,
tres umbrales del abismo,
la locura engalanada.
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y los espejos callados nos responden, inmisericordes,
su opaca lápida, carne viva.
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Ella vuelve a abrir la caja
y vuela de espanto
la esperanza.
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Me dolería de ti tanto
si no fuera
porque tanto de ti me gozo.
Y son, al cabo, dolor y gozo
penar y dicha, sombra y luz
que todo ser necesita.
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¿Quién querrá delatar la Luna
si sombras suyas envuelven, sempiterna musa,
la pasión más honda, sola, amarga…dulce?
¿Quién querría entregarla
a los verdugos del buen sentir
si ella ampara las voces
con que nos habla el amor?
¡Astro que tiembla en mis manos.
penumbras de plata y gris, guardad
las voces que cantan al recurrente, invencible
anciano Amor!
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Todo silenciado: los chats, las redes…
Un eco de esa voz palpita, aún recuerdo, entre las sienes,
y sus palabras de entonces por siempre resuenan, claras, en el espejo
de mis decursos. Fluye, vida, fluye y olvídame. Déjame
estar en la orilla, nunca en el cauce, aguas veloces…
Déjame estar en orillas
de mirada esquiva, de sombra ausente escuchando,
no las palabras, certeras, dueñas…
sino el solo timbre de su voz, esa música
de áureo abrazo, ese son: timbre y eco de su voz,
quimera inmediata
verdad.
Verdad.
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Emerge del frío océano
tu boca caliente y la abordo,
arenas crujen entre lengua y dientes…
Poseidón poderoso juega con Eros.
Beso el mar en ti y somos
un juego de dioses.
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EROS
No es un daimon solipsista,
como el de Sócrates, no,
sino el que une en gozosa heriday
prende,
fuerte la flecha en los entregado pechos,
al cielo prende los amantes, en quimérico,
tal vez delirante vuelo.
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Atlántico.
Todo me habla de aquel baño,
de besos y risas
de nubes y lluvia. Abrazo de sol,
vaivén de presente: alga, ola, espuma.
La playa eras tú.
La playa eras tú.
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Aherrojadas en el silencio,
las cosas que no deben decirse
permanecen.
En su cárcel
no existe el olvido.
Los besos del amante
son tatuajes a la vista.
La sangre enamorada
seca como memoria viva en la piel
de quienes
callan. Callan pero no olvidan,
porque las cosas que no pueden decirse
permanecen
en la piel,
en la sangre,
en el silencio de quienes las guardan.
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Presente intenso
que me deleita: CARPE DIEM sin trampa,
aquí, a la sombra de tus pestañas, me guardo
de esos ojos, luz de Luna, que me desvelan.
Y es un gozo este intiempo -vulgo «presente»-
y es fortuna sin medida el haberte conocido, tenerte así…
al alcance de la vista y oirte, y verte
callar.
Suspendido,
levitando en el instante,
este hechizo te eterniza.
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Caminar solos, sin los versos
que te despertaban en abrazos,
en lágrimas, alaridos o a golpes.
Caminemos solos, pues, y juntos.
Sin versos el camino,
silencios nuevos que recorrer.
Juntos. Solos.
Y el viejo delirio queda sin voz.
abandonado,
vestigio de dolores proscritos
condenados
al ayer.
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Aletea entre las ramas
y no se posa en mi hombro,
sino en la pestaña
de tu ojo asombrado.
Para que vuele lejos
todo lo que ves.
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Sin heredad, refugio, linaje, escrutamos más allá de las sombras, desnudos,
solos,
portando por sola certeza
que la libertad -exigente, implacable-
es ansia sin remedio
sin retorno
sin casa.
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Las cosas que no deben decirse
habitan un espacio ambiguo,
entre el temor y el respeto,
el pudor y la compasión.
Las cosas que no deben decirse
quedan guardadas bajo siete llaves,
permanecen en su silencio aherrojadas
y jamás desaparecen.
¿Porqué guardamos las cosas que no deben decirse?
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Ulises despierta, Itaca frente a sí.
Demanda el horizonte su héroe. Amanece. Disuelve el mar toda sombra.
Sigue Ulises, Itaca tras de sí.
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¿Dónde están los versos,
dónde las guitarras que alumbraban tus noches?
Como voces que callan, se fueron,
dejaron en tus hombros sombra de Luna,
besos de amapola y caricias de arena.
Ahora debes caminar solo.
Caminar sin versos.
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