Sed de madre
Tejo palabras encadenadas por el hilo de tu memoria.
Te siento al ritmo de un latido que procede de algún lugar remoto, quizás del otro lado de un cordón umbilical ensangrentado.
Es mi ombligo el que me recuerda, una y otra vez, cuando éramos una sola sombra.
En algún segundo perdido en la galaxia tú me pensaste. Luego, yo te pensé.
Cómo olvidarme de los días que te ausentabas, de tus madejas de lana, de tus refranes y de tus caramelos de menta escondidos en alguna esquina de tu bolso, siempre cargado de misterios y lucha.
La vida transcurre entre cada parpadeo y nos deja a veces ciegos. Tanto como para querer renegar de nuestras propias vísceras, arrojadas lejos del vientre de tanto llanto.
Mudo
Al hacerle la autopsia al mudo,
su cerebro y cuerdas vocales estaban intactos.
Sólo hallaron palabras y frases desmembradas.
Lamentos enquistados en envoltorios de plata.
Cicatrices de agravios sin resolver.
Opiniones apiladas, enfrentadas entre sí.
Y redes de contención, de las que colgaban etiquetas con nombres propios.
Como regalos sin abrir en vísperas de Navidad.
El cuerpo habitado
Uno no sabe dónde colocarlas.
Así que ellas solas van recorriendo libremente el cuerpo, como una casa llena de habitaciones vacías.
Se asientan en los intestinos. En el hígado y en el páncreas. En los pulmones y en el corazón.
Te quedas con la extrañeza de sentirte habitado por fantasmas que se niegan a abandonar las vísceras.
Caminas como un autómata en tu propia casa, llena a su vez de estancias desiertas.
De la habitación a la cocina. De la terraza al trastero. Del baño al salón.
Hay un frío que se queda atrapado entre el techo y el suelo, repta por las paredes y se escapa por tu boca en forma de vaho. En un ciclo casi finito, como de lluvia cansada.
Por las noches estás despierto, mientras el viento helado aúlla en cada esquina.
Durante el día permaneces dormido, aferrándote a las sábanas de tu memoria. Negándote con la terquedad de un súbdito a levantar la cabeza.
Abres y cierras las ventanas, las de afuera y las de dentro, como queriendo invocar a Dios. O al diablo.
Y entonces descubres que no son fantasmas los que te habitan…
sino que son tus tristezas enredadas, como algas tirando del alma hacia algún abismo.
Versos comestibles
¿Qué hago ahora con todos estos versos?
Versos de almíbar y versos de sal
Versos frescos, del día
También caducados
Sin corteza
Congelados
Macerados
Amargos
Enlatados
Versos crudos
Recalentados
Derretidos
Indigestos
Versos ácidos
Sin piel, pero con espinas.
Versos salteados, escarchados.
Versos al dente
Especiados
Versos calientes, como de jenjibre.
Versos de almendra, fileteados.
¿Qué hago con todos ellos ahora, dime?
Tragármelos, sí. Tragármelos.
Rebañaré todo, como me mandaba mi madre.
Hasta que no quede ni uno de ellos en el plato.
No más
Ya no más.
No más pieles muertas, arrancadas de sus frutos por criaturas impacientes, veloces.
Ni más fosas abisales donde esconderme de los ojos que acechan.
No más intenciones huecas, como cáscaras abandonadas en sus nidos tras la última eclosión.
No más grumos de sal en terrones de azúcar,
ni más caricias ni besos reciclados,
ni juramentos en botellas de vidrio lanzadas -como por descuido-al mar.
No más horas de segunda mano. No más minutos prestados.
Los restos arrojados a los buitres, para los buitres. Yo ahora soy paloma.
Nuestras lágrimas se estrangulan en el cuello de un alambique,
mientras siglos de Patriarcado apuntalados en tu inconsciente -y en el mío- se ríen de ti -y de mí-.
Antes nos separaban cien años de vida.
Ahora nos separan cien años de escarcha.
No más nosotros. No más tú. Ahora YO.
Mientras
Mientras las olas rompan en los acantilados y ellos mantengan la verticalidad intentando permanecer dignos, invencibles.
Mientras las aves sigan emigrando a zonas más cálidas durante los fríos inviernos y regresen antes del solsticio de verano.
Mientras sigamos alimentándonos de los frutos de la tierra, respirando el mismo aire de nuestros ancestros y bebiendo el mismo agua que nace de los manantiales, una y otra vez.
Mientras entendamos que el dolor de uno es el dolor de todos, y que el sufrimiento de todos es imposible de soportar si recae siempre en los mismos hombros.
Mientras recordemos que todos hemos llorado ausencias, llenado vacíos, corrompido inocencias, cavado miserias, abortado esperanzas, agotado oportunidades, congelado sueños, cercenado metas.
Mientras nuestros corazones no se hayan marchitado, corroído, envenenado, secado…
Mientras el sol siga saliendo por el este y se siga poniendo por el oeste aunque ya no estemos, ni los que nos precedieron.
Mientras tengamos en cuenta que los hijos de los demás también son nuestros hijos, aunque nuestro útero yermo no haya podido engendrar.
Mientras recordemos que una sonrisa es más contagiosa que una mueca de enfado y que ninguna de ellas da en el vacío.
Mientras nos recordemos los unos a los otros que nada es fortuito, ni el fuego que nos calienta, ni las herramientas que usamos, ni los hogares donde nos protegemos, ni las ropas con las que nos cubrimos, ni el pan con el que nos alimentamos.
Mientras nos sigan emocionando una melodía en el Ártico, un cuadro de Felix Vallotton, un poema de Lorca o el cambio de las sombras proyectadas sobre un muro con el paso de las horas.
Mientras sepamos que hay tortugas centenarias, secuoyas milenarias y que las estrellas que vemos están a miles de millones de años luz.
Mientras recordemos que alguna vez fuimos niños plagados de inocencia…
Elegiré seguir viviendo.
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