Te sueño pero en realidad estoy despierto, mis pensamientos fluyen, escapan por mi gran corazón marchito y abierto. Tus recuerdos me atormentan como si de una pesadilla eterna se tratase. Sanguijuela maldita hecha de mis propios pensamientos, ojalá mis sollozos, mis lágrimas, mis suspiros no se escapasen.

Noches en vela encendidas por una simple lágrima, paseos kilómetricos a lo largo de mi mente sin moverme de la cama.

Te echo de menos.

¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde tu marcha? No lo sé, lo único que sé con certeza es que ya no estás.

¿Cuánto tiempo transcurrirá hasta mi regreso? No lo sé, lo único que sé con certeza es que estás en lo más profundo de mis adentros.

Vacío.

Los días ya no tienen luz y las noches tampoco, todo se ha vuelto tenue, taciturno y triste. La risa ya no tiene un «por qué», la tristeza se ha cobrado una nueva víctima.

Estoy preparando las maletas para el viaje de la esperanza inexistente. Ahora mismo ni quitarse la vida tendría lógica. No le buscó sentido a nada solo me pregunto «¿Y ahora qué?»

Depresión.

Un miedo transformado en premonición que recorre un extenso laberinto de neuronas. Una mirada sin alma, una sonrisa desgastada, una respiración automática y entre cortada, una torre derrumbada, un mar de grises ideas.

Soy yo.

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