Alison vivía sola en la casa que compartió con su madre durante todos esos años en que pacientemente la cuidó en su prolongada enfermedad.Siendo la más joven, le tocó a ella esta tarea después de que sus dos hermanas mayores se fueran a la ciudad a trabajar. La casa formaba parte de una aldea muy antigua enclavada enel oeste de la campiña inglesa. Una pequeña iglesia rodeada por su cementerio vigilaba a los habitantes desde la cima de una colina. Aunque sus padres y antepasados yacían enterrados allí desde generaciones, Alison evitaba ir a ese lugar. Desde allí se veían valles, bosques y caseríos que formaban un bello paisaje, sin embargo esa hermosura le producía la sensación de estar atrapada y sola.

A los treinta y siete años su única pasión era el jardín que rodeaba la casa. Abejas y mariposas formaban parte de una verdadera orgia de colores aunque plantaba sobre todo flores medicinales. Durante los meses de verano las veía crecer mientras mantenía una guerra inútil con los conejos que entraban al jardín por la noche. Hacia cálculos meticulosos y cuando llegaba el momento justo, las cortaba a la luz de la luna llena. Húmedas aun de rocío, las colgaba por sus tallos de las vigas de la cocina para que se secaran al calor del fuego que encendía todas las noches.

Allí se sentaba a estudiar un viejo libro que se había encontrado en el desván. Comparaba los descoloridos dibujos con sus flores recién recogidas y escribía en un cuaderno las recetas medicinales en inglés contemporáneo. El dinero que le dejó su madre se estaba acabando y al llegar el otoño cosecho sus calabazas y decidió seguir el consejo de sus hermanas, conectarse con el mundo con el fin de vender las flores y hierbas secas que había seleccionado y empaquetado con tanto esmero.

Apoyada contra la pared del fondo de la caseta de las herramientas yacía una vieja bicicleta negra y pesada, que tuvo que quitársela a las arañas que habían hecho allí sus hogares. Su color original casi había desaparecido bajo el polvo y la humedad, pero ella sentía como si una fuerza extraña la dirigiera a esa labor.Se sentó al sol en los escalones de piedra de la puerta trasera y pulió la vieja pintura para devolverle su brillo, pulió hasta que el cielo se veía reflejado, lo que le dio una inmensa satisfacción.

Cuando el vecino salió a su jardín la divisó y se asomó por encima de la valla para hablarle. Sosteniendo una taza de té y un cigarrillo en la  mano le dijo: «esa bicicleta era de tu abuela y los hilos detenidos que ves sobre la rueda trasera, fueron una vez, una malla multicolor en forma de abanico que impedía que sus hermosos vestidos se atraparan en los rayos de la rueda. Tu abuela iba al pueblo todas las semanas para llegar hasta la biblioteca porque tenía un especial interés en plantas medicinales. Las llantas ya no sirven pero yo te puedo comprar nuevas y te las traeré en el coche. También habrá que engrasarla o no podrás subir la colina; yo te ayudaré a cambio de que me des alguna de tus plantas para que me ayuden a dormir,  te parece?». Alison sintió que las cadenas que la habían atado a esta casa comenzaban a disolverse. Le quiso abrazar de gratitud pero recordó que apenas lo conocía. Él era un ovejero solitario, descuidado en su vestir que llevaba en si el aroma de sus ovejas. «Te daré las hierbas que quieras y tengo también algo para tus bronquios porque te oigo toser cuando sales al frio del alba».

Magnus, que así era su nombre, cumplió con su trato y le puso nuevas gomas a las ruedas. Le trajo también una nueva campanilla, que al  hacerla sonar rompió en mil trozos pequeños la paz de ese jardín haciéndole saltar el corazón de alegría. Y tuvo la sensación que volaba con alas por los caminos ondulantes con bordes verdes de arbustos fragantes y túneles formados por árboles que se entrecruzaban.

El Domingo después de misa, se quedó al final de los feligreses que se despedían para poderle hablar a solas con el párroco. Él usaba su bicicleta para ir adonde se le necesitara, ya fuera haciendo visitas o recolectando caridades. Como una negra arañita iba de un lado a otro por los senderos campestres tejiendo con afán su telar espiritual. Alison le contó sus planes y le pidió consejo; entonces él le dio a conocer que en la misma biblioteca del pueblo que su abuela frecuentaba tanto, enseñaban el uso del ordenador, ese aparato mágico que la conectaría con países, ciudades y gentes, más allá de lo que ella jamás podría sonar. «Hasta podrías encontrar novio»  le dijo su hermana cuando vino a verla ese domingo.

Ya estaba el campo húmedo por la entrada del otoño y Alison al mirar a través de los viejos cristales observó las hojas amarillas contrastar con el cielo azul intenso, mientras comían el tradicional cordero asado que inundaba la casa con su aroma.Alison cuidaba los viejos muebles con cera virgen a la que le agregaba el aceite de lavanda que había conseguido extraer de las flores siguiendo los pasos que indicaba su libro antiguo, pero últimamente se acumulaba el polvo mientras ella soñaba con ese nuevo mundo que estaba por abrírsele.

Comenzó a practicar el uso de la majestuosa bicicleta. Pedaleaba con cautela en amplios círculos por el asfalto siguiendo el borde del césped, cuidando de no perder el control e ir a parar a la laguna llena de juncos, patos y especialmente sapos que componía el centro de la aldea como una isla viviente.Eligio un martes para ir a la biblioteca. Sería su primera lección.Apoyo su bicicleta contra una reja de hierro y la aseguró con cadena y candado como si eso fuese necesario.

Entró en el imponente edificio con el sigilo de un gato, tan fuera de lugar se sentía.Se acercó a una mesa donde estaba sentada una mujer que le sonrió. Junto a ella tenía un pequeño letrero blanco que anunciaba Clases de informática. En pocos minutos Alison se vio sentada entre dos mujeres que parecían dominar el uso de la “puerta al mundo”; apenas se atrevió a interrumpirlas con un saludo. Con la boca seca y las manos sudorosas se quedó sentada observándolas cómo escribían palabras en un teclado, y se valían de un pequeño aparato que se apretaba dando un sonido como una burbuja que explota; «un botón mágico», pensó. Vio que de verdad abría puertas o “ventanas” casi sin límite.

Sintió una presencia de alguien detrás y resultó ser un hombre joven que esta vez activo el aparato frente a ella; como en el cuento de Ábrete Sésamo, le enseñó que era necesario escribir una palabra clave para acceder a todo lo que allí se encerraba.«Esta magia no tiene fin», pensó Alison, «es un verdadero portal al mundo y yo tengo el poder en mi mano». Se prometió atender a las clases todos los días que le fuera posible hasta poder alcanzar el nivel de conocimiento deseado y conseguir su meta.

En más de una ocasión tuvo que llevar la bicicleta empujándola hasta la cima de la colina porque avanzaba ya el invierno, y el camino estaba resbaloso por musgo y hojas muertas. Al pasar  por el tramo delante del cementerio se sentía observada por las altas cruces celtas esculpidas en piedra gris y por las lapidas ya medio hundidas por el paso de los años. Letras talladas en bajorrelieve anunciaban a quienes yacían a sus pies. En la mayoría de estas tumbas, el tiempo había deteriorado hasta borrar del todo y para siempre aquellos nombres. Alison se preguntaba si a ella le ocurriría lo mismo.

No, a ella no le sucedería porque su mundo se estaba abriendo día a día y, ya sin mirar atrás, su vida cambiaba para siempre.

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