Me llamo Andrea, tengo 20 años y vivo en lo que algunos llaman el “siglo de la comunicación”.

A lo largo de estas dos décadas he asistido a un cambio impresionante en el ámbito de la tecnología. Nuestro mundo se ha transformado completamente y, a veces, no somos conscientes de ello. Quizá te preguntes cómo o por qué me ha dado por pensar en este tema. Si sigues leyendo, intentaré explicártelo más adelante.

Ahora quiero que me hagas un favor: recuerda lo que has hecho hoy desde que te has levantado. Ese mismo ejercicio es el que voy a realizar yo. Como cada día durante nueve meses al año, me he despertado a las 7 de la mañana con el sonido de mi despertador electrónico. Lo he programado para que se active directamente la radio y así oír las últimas noticias. Después me he duchado (solo una vez al mes me permito el lujo de llenar la bañera con agua caliente y pulsar ese botón maravilloso que convierte el agua en un volcán de burbujas) y he desayunado una tostada de camino a la universidad. ¿Difiere mucho de lo que has hecho tú? A lo mejor no vas a la universidad, pero vayas allí o al trabajo, seguro que te has encontrado con gente por la calle. ¿Te has fijado en ellos? Yo sí lo he hecho y puedo decir que me sorprendí bastante al darme cuenta de lo que pasaba. Os pongo en situación: un bar; varias mesas en la calle; dos hombres en una de ellas. Sus circunstancias personales las desconozco, pero imaginemos lo más natural: han quedado a tomar un café (tal vez después de años sin verse, tal vez como un hábito diario). Hasta aquí todo es normal. Dos personas hablando de sus vidas, contándose anécdotas y pasando un rato y, sin embargo, por alguna extraña razón, algo no encajaba en esa imagen. No sabía lo que era hasta que los observé mejor: no se miraban. ¿Por qué no miras a los ojos de alguien con quien tienes una conversación? Muy sencillo. No movían los labios, solo los dedos. Estaban con sus móviles sin dirigirse la palabra. Mi sorpresa fue aún mayor cuando en escasos 10 metros me encontré a 3 personas andando por la calle tecleando en sus teléfonos inteligentes, sin mirar por dónde pisaban. Inaudito.

¿Recuerdas tu infancia? ¿Tu adolescencia? Cuando era una niña de unos dos años manoseaba los libros y jugaba con ellos. Hoy, mi sobrina me ha enseñado a utilizar una app de un gato que habla. Mi sobrina tiene 1 año y medio.

Si avanzo en mis recuerdos, me encuentro mandando notitas en el colegio cuando estaba aburrida en la clase de “mates”. Hoy también me aburro en la universidad, aunque las notas han sido sustituidas por el whatsApp, por el telegram, el line o el facebook. Facebook…ese mecanismo del diablo que al principio no conocía porque mi universo empezaba en los sms y acababa en el messenger (¡Ay! Mi preciado messenger, mis zumbidos, mis emoticonos gigantes que ocupaban toda la pantalla, mis estados cambiantes según a quiénes fueran dirigidos, mi color de letra rosa chillón…). Cuando me percaté de la existencia de esta herramienta de uso mundial, la repudié y me uní al tan conocido en mi generación “tuenti”. Fácil de utilizar, fácil de pronunciar, fácil de cotillear en las vidas ajenas.

Poco a poco los tiempos cambiaron (quizá “poco a poco” no exprese correctamente mi idea; a lo mejor sería más adecuado usar “a toda velocidad”) e, igual que en la teoría de la evolución, “adaptarte o morir”, pues nos adaptamos por nuestra propia supervivencia y nos registramos en otras redes sociales como el odioso facebook a la vez que nuestro compañero del alma -el de los zumbiditos- pasaba a la historia.

Antes hice una pregunta: ¿este cambio te resulta raro o algo normal? Debo confesarte algo. A mí, esta evolución a paso acelerado cada vez me parece más normal, y esto me asusta.

Me siento sobrepasada por esta revolución tecnológica en la que en 1 minuto recibes 15 whatsapps de 2 grupos; en esos 10 mensajes, aparecen 2 palabras y 20 emoticonos; en 10 metros ves a 3 personas con la cabeza agachada a punto de estamparse en una farola; en un día coges el smartphone mil veces; en un mes aparece un nuevo aparato electrónico que tardas otro mes en aprender a usar para nada, porque ya habrá salido otro cachivache más moderno (exactamente un mes más moderno). A esta velocidad, ¿qué existirá en 10 años? ¿Quién se acordará del messenger y de nuestro pasado?

¿Has analizado tu día a día? ¿Te has dado cuenta de las veces que has cogido el móvil? ¿Te parece esto una exageración? Fíjate bien: ¿en qué dispositivo estás leyendo esto?

Por esto, he querido dar constancia de cómo era mi vida antes y cómo lo es ahora, porque no sé cómo lo será dentro de un año. Para ello, he decidido escribir este diario. A propósito, ¿recuerdas esos diarios con candadito que usábamos de pequeños? Pues bien, este no es así. Por si no te habías fijado, este es un diario DIGITAL.  

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