Nada hacía presagiar en la mañana del 5 de septiembre del año 3042, los acontecimientos de relevancia mundial que se sucederían a lo largo del día. El sol salió a las 6:17 AM, todos los relojes, despertadores y sistemas tecnológicos, se conectaron en red y actualizaron sus bases de datos. La fecha, la hora, los registros del clima y las últimas noticias quedaron a disposición de todos los ciudadanos del mundo, traducidos inmediatamente a todos los idiomas existentes.

No es que fuera estrictamente necesario realizar traducciones a todas las lenguas en uso. En el siglo 31 se utilizaba el Universia, un idioma artificial que se hablaba y entendía en todos los rincones del mundo. Era esta nueva lingua franca, la que se utilizaba a la hora de informar, legislar, viajar, hacer negocios e incluso en bares, restaurantes y hogares.

 Pero la gran contribución del Universia no se limitó al ámbito de la comunicación interpersonal. No era sólo su carácter internacional y su incuestionable presencia en todos los países y estados de la galaxia,  sino  que  era  el  idioma  en  el  que  todas  las  máquinas  se comunicaban entre ellas. La verdadera revolución vino de la mano de un grupo de científicos del Instituto Tecnológico de la Universidad Interfederal Espacial. La UIE era una institución que agrupaba a las mejores mentes de todos los campus del mundo y de los cuatro planetas, que más allá de los límites de la Vía Láctea habían sido colonizados. Tras años de investigación los miembros del Instituto Tecnológico de la UIE habían logrado aplicar un algoritmo que, agrupando todos los lenguajes de programación y de intercomunicación digital utilizados a lo largo de la historia, transformaba y traducía los obsoletos idiomas de programación al Universia.

Inmediatamente el acceso a la investigación y al desarrollo se hizo verdaderamente universal, puesto que cualquier persona era efectivamente capaz de desarrollar nuevo software y actualizar el de cualquier aparato existente. 

Nuevos artefactos e inventos empezaron a surgir como las setas tras una tarde de lluvia otoñal. La peinadora personal, que maquillaba y peinaba como si fuera un estilista con años de experiencia, la planchadora inteligente que buscaba la ropa por la noche y la planchaba para que nadie tuviera que soportar una arruga nunca más. El Musi-machine que tocaba cualquier instrumento y llevó las orquestas a todos los hogares del mundo. Y así todo tipo de engendros imaginables que solucionaban las necesidades más increíbles de los humanos.

Aquella mañana de septiembre todos los padres y madres del mundo se despertaron satisfechos. La maquinaria se había hecho cargo de todo durante la noche y un nuevo día comenzaba sin dar muestras de alteración en el nuevo y perfecto orden creado por la tecnología. Las almohadas habían filtrado los malos sueños y reciclado sus ideas para convertirlas en historias para libros y guiones de cine. Las mantas inteligentes se habían encargado de regular su temperatura para que todos durmieran a gusto, además de asegurarse de que nadie se destapara en el medio de la noche. Los despertadores hicieron su trabajo de manera impecable, sonando a gran volumen para algunos, suave y dulcemente para otros, con música, con alarmas, cada diez minutos o nada más que una vez  según  hubieran  sido  programados.  El  resto  del  día  transcurrió según lo previsto y todos regresaron a sus casas contando con que sus hijos estuvieran en la cama, la cena hecha, la mesa puesta, las luces y la calefacción dispuestas perfectamente para recibir a las mamás y a los papás que tanto habían trabajado durante el día.

 Pero  algo  no  estaba  bien,  los  niños  no  estaban  en  la  cama.

Muchos de ellos estaban viendo la tele, otros estaban volviendo a cenar la comida que la Cenamátic 3000 había preparado para los mayores y otros simplemente se escondían entre las sábanas, asustados debido a la incertidumbre que les causaba el sinfín de alteraciones en su aséptica y cuadriculada rutina diaria.

La máquina de arropar y besar a los niños al acostarse había fallado.  Un fallo de software causado por una falta de ortografía en la última actualización de las Dormicama, había generado un error de proporciones globales. La Dormicama se encargaba de acostar a los niños, taparlos, leerles un cuento y darles  un beso para que durmieran con una sonrisa en los labios.  Pero esa noche las máquinas sufrieron una alteración en su automatismo y se pusieron a leer cuentos antes de acostar a los niños de forma que besaron a las almohadas y al darles las buenas noches no obtenían respuesta de las almohadas, que ya no sabían que sueños tenían que filtrar, lo que provocaba que la máquina, siguiendo las instrucciones grabadas en su memoria reiniciara el proceso una y otra vez.

Transcurrieron semanas antes de que se descubriera el origen del colapso del sistema. La línea de código que incluía el fallo estaba oculta y era aparentemente insignificante. Para cuando  el  problema  quedó  resuelto  la  máquina  había  quedado anticuada, recluida en trasteros y desvanes y nunca nadie volvió a usar una. Los fabricantes, viendo venir el desastre que se avecinaba, hicieron ofertas increíbles en las que regalaban un Dormicama por cada célula portátil de comunicación que se comprara. Lo que a efectos suponía regalar una máquina por cualquier compra, puesto que en esta era moderna  todo  era  portátil  y  se conectaba en línea con otros objetos y personas,  desde  los calcetines hasta los relojes. Pero sin el más mínimo éxito.

Afortunadamente, en el tiempo en que la esquiva falta de ortografía logró eludir las pesquisas de los investigadores, los papás y las mamás volvieron a aprender a besar y a abrazar a sus hijos. Volvieron a contarles  los  cuentos  como  ninguna  máquina  era  capaz  de  hacer, se acordaron de las nanas que anteriormente les cantabas y se quedaron dormidos con ellos en brazos sin  darse  cuenta.  Les dieron de nuevo  las  buenas  noches  y  dejaron  una lucecilla encendida para que no tuvieran miedo.

Ese septiembre sirvió para que se redescubriera al ser humano. Las familias retomaron el contacto físico y el trato personal. Los aparatos dejaron de ocupar un lugar central y glorificado en la vida diaria. En el nuevo orden mundial, Universia había perdido su posición de poder omnímodo. La tecnología volvió a ser ayudante de una especie humana que volvía a ser regente.

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