¿Nunca han querido saber qué hay? ¿Qué hay allá de lo que conocemos? ¿Se han preguntado si existe algo más? ¿Qué nos une unos a los otros? ¿Qué nos hace decidir quiénes somos, que hacemos y por qué? Aquí les dejo mi historia.
Mi nombre es Robert, tengo 32 años, estudié la carrera de astronomía en la Universidad de Stanford en California. Cuando me gradué me mudé a Nueva York a colaborar con algunos expertos especializados en esta ciencia. Amo mi trabajo, siempre amé mi carrera, desde niño veía a mi padre en su laboratorio observando e investigando, y yo solo me sentaba en aquel mecedor de madera vieja en la esquina de la habitación a contemplar su trabajo. Sé que él buscaba algo, algo que nunca supe, ese algo que descubrí hace unos días y que ha cambiado mi manera de pensar y de mirar la vida para siempre, ese algo que no creo que fuese lo que él en sí estaba buscando, pero que de una forma u otra encontró. Este fin de semana decidí viajar de vuelta a California solo por una noche, y es que necesitaba sentir el calor de mamá Lina, la extrañaba. Mi madre siempre vivió feliz pero su miraba reflejaba una tristeza interior, supuestamente debida a la desaparición repentina de mi padre sin motivo alguno, sin explicación, sin embargo siempre me pregunté por qué nunca lloró, nunca demostró tristeza, tal vez solo lo ocultó por mi bien, nadie sabe.
Esa noche se durmió en mis brazos mi viejita, delante de la chimenea, trayendo de vuelta a mi cabeza esos días de mi infancia, de la cual solo ella formaba parte. La arropé y la conduje a su cama. Me fui a mi habitación. Pasaron horas y seguía sin poder dormir, no lograba conciliar el sueño. Me alumbraba una luz que venía del laboratorio de abajo, pensé por un instante que había quedado algo encendido pero luego pensé y… no hay lámparas que emitan luz azul en ese laboratorio. Me desplacé al lugar inmediatamente y me llevé la sorpresa más grande que había experimentado, bueno, hasta ese momento. Un objeto azul brillante de unos 8 pies de altura descansaba delante de mí, era ovalado y cerrado pero estaba convencido de que podría abrirlo, tan transparente que podía ver todo su interior vacío desde fuera; lo toqué; se abrió; apoyé mis pies sobre el círculo central que encerraba y de pronto se cerró, miré a mi alrededor y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba dentro del extraño objeto, pero en un lugar diferente. Delante de mí un salón de pared impecablemente blanca, completamente computarizado, adaptado con una tecnología flotante por toda la habitación, algo desconocido para mí en aquel momento; realmente impresionante. Una pantalla inmensa bajó del techo y con ella caminaron hacia mí unas cincuenta personas, todas vestidas iguales.
Aquella señora, no tan mayor, ni tan joven; ni horrible, ni bella; con una mirada penetrante y una voz entre grave y aguda se introdujo:
– Mi nombre es Angélica Williams. Antes de que comiences a preguntar quiero que respires profundamente, voy a explicarte todo en unos segundos. Ahora mira a tu alrededor, cada punto negro que ves en estos complejos de pantallas representa la vida de una persona en este ¨mundo¨. Cada acción realizada por casi todo ser humano en el planeta es controlada por nosotros, lo que hacen, lo que dejan de hacer, la forma en que se entrelazan sus vidas, sus decisiones, sus errores, sus arrepentimientos, sus necesidades, sus enfermedades…
Quedé atormentado, me sentía perdido, paralizado, perplejo. De entre el bulto de personas apareció un hombre, que no distinguí entre mi confusión hasta tenerlo delante.
-¿Papá?
-Hijo
Y en el abrazo más caluroso que jamás había sentido comencé a llorar desconsolado. No entendía nada aún. Tantos sentimientos mezclados en mi interior me hacían sentir aun más desconcertado. Necesitaba entender todo esto y fue ahí cuando Angélica continuó su charla:
En el año 1991 se extendió un virus extremadamente mortal a cada rincón del planeta Tierra, le llamamos T41J, tiene los efectos de la amnesia permanente en el cerebro junto con otras asociaciones virales y bacterianas que causan la pérdida inmediata de información cerebral e imposibilita el desarrollo de aprendizaje, por lo que se pierde la habilidad de controlar acciones y necesidades. El virus se contagia en 0.001 segundos y las partículas viven en el aire. Al empezar las sospechas sobre el mismo y su rápida expansión la asociación de doctores de Ditishburg decidió unirse dentro de estas paredes que ves a tu alrededor. Necesitábamos hacer algo, no sabíamos que iba a pasar, no sabíamos su procedencia, y no teníamos idea de si íbamos a morir. Desde ese día estamos todos encerrados aquí, incluyendo a tu padre. Pasaron años y las personas seguían muriendo, algunas se mataban entre ellas, fue un completo caos hasta que encontramos la solución.
-Pero que pasó conmigo? por qué no recuerdo nada de eso?-pregunté desesperado-
-Tú, eres uno de los pocos inmunes al virus, congelamos la información cerebral de las personas inmunes en aquel momento hasta que toda la locura pasara y encontráramos una solución, tu cuerpo estuvo dormido por unos años, y tu memoria y datos almacenada en nuestro sistema, y así pasó con otros pocos.
-¿Qué pasó después?-pregunté asustado
-Luego de encontrar la solución, luego de traer algo de paz nuevamente y restablecer lo perdido colocamos toda la información en sus cerebros y volvieron a ser los de siempre-repitió ella-
-Pero ¿cuál fue la solución?-seguí preguntando-
-Creamos un sistema que ha salvado la humanidad hasta el momento. Inyectamos chips que nos permiten monitorear cada acción de cada una de esas personas, nos tardó un tiempo pero lo logramos por medios digitales y tecnología avanzada, luego de lograr controlar a algunos hicimos que ellos mismos nos ayudaran a controlar a los demás. Por ejemplo, guiamos a los propios médicos a insertar los chips en cada nuevo bebé que nace, excepto por los pocos inmunes que los dejamos vivir su vida por ellos solos, puesto que el chip no es necesario, nunca serán contagiados. Ahora estamos en una situación difícil y por eso los estamos contactando, necesitamos personal, de nosotros cada vez quedan menos y no podemos dejar entrar a ningún infectado porque quedaríamos contagiados. Te necesitamos Robert, pero entendemos que no es nada fácil, te daré dos opciones y debes decidir en este instante.
Empecé a sudar de nervios, temblaba, era demasiada información para unos minutos.
-No podemos dejarte regresar luego de que sabes la verdad-continuaba la señora- necesitas decidir entre quedarte y apoyarnos, trabajar con nosotros y contribuir al bienestar general o simplemente inyectaremos uno de nuestros chips en ti y serás controlado por nosotros, como todos los demás. Tu decisión la respetamos, adelante.
Mi cabeza comenzó girar y escuchaba una voz de fondo. Era mamá Lina.
-Robertico despierta mi amor, perderás el vuelo-era lo único que escuchaba-
Se encontraba sentada en la esquina de la cama. No podía creer que había soñado todo aquello
-Fue solo un sueño mi niño-repetía -bajemos que te cociné tortillas.
Me puse la capucha, bajé, desayuné y después del beso sobre mi frente de mamá casi corriendo subí al taxi, estaba atrasado y no quería perder el vuelo.
A unos metros de camino dirijo mi mirada al retrovisor derecho del auto y una vez más quedé paralizado de perplejidad. Se observaba una luz azul iluminando la ventana izquierda de la planta baja, el laboratorio de papa Roberto.
Me estremecí.
El taxi siguió su curso al aeropuerto.
Siete días después y estoy aquí contándoles.
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