Esta noche no he dormido bien. Mi mente ha sido incapaz de contar las suficientes ovejas para poder dejarse caer al abismo del sueño. Cansado de dar vueltas en la cama me he levantado y he deambulado por la fría casa. El dormitorio, el pasillo, la cocina, el cuarto de baño y el salón  han sentido mis pasos en la oscuridad, pero no he encontrado en ellos ayuda alguna para paliar mi vigilia. Sí, otras cosas he encontrado, pero no el remedio adecuado. La vieja nevera, con su mecánico sonido eléctrico, ha abierto sus fauces y me ha ofrecido un yogur y un pedazo de queso iluminando mi rostro. En el aseo he podido liberar líquidos de mi cuerpo, pero nada más; el sonido del agua al efectuar su misión sanitaria me ha despedido sin calmar mi inquietud. El televisor del salón ha roto el silencio de la noche cuando lo he encendido y ha llenado de tonos oscuros, color madera, la estancia. Música de cámara ha surgido de sus altavoces y en la imagen un cuarteto de cuerda, casi estático, ha interpretado el Emperador de Haydn. La melodía ha llegado a mis oídos y me he sentado en el butacón de cuero negro creyendo, equivocadamente, que el momento del descanso había llegado. No ha sido así: el cuerpo se ha relajado, pero mi mente no ha conseguido dejar atrás la triste realidad de su partida. ¡Dos días ya! ¡Dos días!

-Un virus -me dijeron, aquella primera vez que la llevé-. No se preocupe, es cosa de poco. Le hemos realizado las pruebas oportunas y no es grave.

Quién iba a pensar que volvería a encontrarse mal y mostraría los mismos síntomas una semana después de que la enviaran a casa. Nadie… y menos ella. Cuánta viveza y alegría mostraba tras su aparente plena recuperación. Estaba radiante, feliz; siempre dispuesta a mis deseos, a mis requisitos, a mis pretensiones. No dudaba nunca en atenderme, en consolarme, en darme su tiempo. Brillaba más que nunca… y de pronto se fue apagando, poco a poco, como no queriendo alejarse de mí. La volví a llevar otra vez, pensando que quizá el virus no había sido erradicado en su totalidad, pero no fue así.

Hace dos días que se marchó para siempre. Me dicen que denuncie al centro por negligencia, pero no lo voy a hacer. Sé que el equipo ha intentado, con todos los medios disponibles, salvarla de su triste destino. No tengo ningún reproche hacia ellos. La trataron con cariño, con mimo, con mucho amor. No, no puedo echarles nada en cara. Quizá fue todo culpa mía. Puede que no la cuidara como se merecía. Es cierto que soy muy despistado y en algunas ocasiones me olvidaba de su presencia, de que estaba allí, siempre a mi lado, pero no era consciente de ello. Espero que allá donde esté me haya perdonado.

Esta noche no he dormido bien. Dos días ya. Te echo mucho de menos… mi querida tablet.

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