El viento se colaba por la rendija de mi ventana, acariciándome suavemente las mejillas mientras estaba echado en mi cama, tapado hasta las orejas pero el frío me calaba los huesos. Eran altas horas de la madrugada, sin embargo, no podía pegar ojo pues por algún motivo desconocido me sentía inquieto. De repente, alguien llamó a la puerta, me sorprendió pues ¿Quién podría ser a estas horas? – pensé. Me levanté, el corazón me latía con tanta fuerza como si estuviera subiendo la ladera de una montaña. Saqué con cuidado una daga de debajo de una capa de tela enrollada que utilizaba a modo de almohada. La situación que atravesaba mi país era bastante peliaguda y toda precaución era poca. Me acerqué a la puerta sosteniendo y apretando fuertemente la daga, tanto que incluso me lastimé la mano. Cuando estuve lo suficientemente cerca, pregunté con cautela:
-¿Quién es?
-Soy yo, soy Nuru ¡Abre!
-¿A estas horas de la madrugada? ¡Por el amor de dios! ¿Sabes el susto que me has dado?- dije mientras abría apresuradamente la puerta.
-Sefu, sabes que no hubiese venido si no fuese realmente importante.
Me di cuenta por el tono apresurado de su voz que se debía tratar de una urgencia. Al cabo de un rato me contó todo, e incrédulo le pregunté:
-¿Es cierto eso?- La miré directamente a sus enormes ojos negros, buscando algún indicio que me hiciera sospechar que mentía pero Nuru permaneció sería y firme, algo que resultaba extraño en ella. De hecho, era la primera vez que la veía así.
-Es cierto, Sefu.
-¿Pero cómo es posible?
-No hagas preguntas, solo sígueme antes de que sea tarde.
Las calles estaban vacías y la noche tranquila, más tranquila de lo habitual. La luna se alzaba sobre las casas cuadrangulares, las palmeras se mecían suavemente con el viento, y el obelisco de la ciudad podía verse desde lejos, su imponente altura restaba importancia al resto de edificios.
Nuru miraba una y otra vez por encima del hombro, como si nos persiguiera alguien.
-¿Que ocurre Nuru? Me estas asustando.
– Nada, todo va bien.
Lo cual no me tranquilizó en absoluto, pero seguí a Nuru en silencio por las callejuelas hasta que ella se paró en seco y dijo:
-Ya hemos llegado.
Nuru y yo estábamos en el jardín del templo de Maat, la diosa egipcia de la verdad. El templo destacaba de entre todas las estructuras de la ciudad, exceptuando la imponente altura del obelisco. El templo presentaba una superficie construida de arenisca, y antes de su entrada se apreciaba una avenida de esfinges a ambos lados.
-¿Porque me has traído aquí?- pregunté sorprendido
-¿Recuerdas lo que te dije antes?- asentí con la cabeza- pues está aquí.
-¿estas segura de ello?
-Si, te lo mostraré.
Bajamos por una escalera delicadamente tallada en piedra, que daba paso a un amplio patio descubierto, rodeado de columnas y con una espectacular fuente. La única fuente de iluminación era la luz de la luna llena, la cual brillaba intensamente, destacando sobre todas las recelosas estrellas. Nuru encendió una vela que nos guió por los múltiples corredores. Luego llegamos a una sala inmensa, repleta de columnas y grandes estatuas. En los muros y columnas se podían apreciar grabados jeroglíficos. Al fondo de la sala contigua, más pequeña que la anterior, había un altar y sobre él un objeto pequeño que nunca antes había visto: formaba la silueta de un ojo, en cuyo centro destacaban unos pequeños números: 12, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y 11 que se sucedían entre sí. En la parte superior había un cuadrado con otros números, del objeto sobresalía algo aunque no alcancé a ver de qué se trataba.
En los corredores se oyeron unos pasos que cada vez sonaban con más fuerza. Nuru, tras coger el objeto del altar, me señaló un hueco debajo de éste, el cual era lo suficientemente grande como para que pudiese infiltrase una persona. Ambos nos aventuramos por el estrecho pasadizo. Seguimos avanzando con la tenue luz de la vela que amenazaba con apagarse mientras los pasos ya podían sentirse sobre nuestras cabezas. El descenso por el pasadizo se hizo eterno ya que era tal su estrechez que dificultaba el acceso. Al fin salimos al exterior, a la parte trasera del templo. Aunque nuestra escapada fue en vano, ya que unos soldados de la guardia del faraón estaban esperándonos. Estos lucían una simple falda blanca con unas tiras de cuero que cubrían sus torsos, en sus manos portaban lanzas y escudos de madera.
-¡Os tenemos! ¡Entregad el objeto ahora!
-Sefu, dame la mano- susurró Nuru a su oído, agarrando el objeto extraño del altar.
-Pero…
-Confía en mí.
Le di la mano tal como me pidió y con una sacudida aparecimos en algún lugar, dejando atrás a los soldados. Cuando me fijé a mi alrededor me di cuenta que seguíamos a las afueras del templo de Maat, pero todo era distinto: había estructuras extrañas, que jamás podría haberme imaginado, entre ellas una me llamó especialmente la atención: en lugar del obelisco, se alzaba una inmensa torre con un gran círculo luminoso que contenía los mismos números que vi en el objeto del altar. Al instante, empezó a sonar de forma rítmica con un continuo “tink tank”. El resto de edificios estaba recubierto de una especie de metal brillante, exceptuando el templo, que seguía tal y como recordaba solo que más deteriorado. El humo que salía de los edificios me dificultaba la vista y me irritaba los ojos. Además había en el ambiente un ruido que retumbaba en mis oídos.
Con su ayuda logré ponerme de pie, aunque muy desorientado. Me quedé fascinado por lo que veía pero debo admitir que también sentía algo de temor. No obstante, la curiosidad era más fuerte. Lo observaba todo como un niño pequeño, yendo de un lado a otro, nervioso, hasta que Nuru me llevó casi a rastras a una plataforma cercana, permanecimos ahí de pie por unos minutos hasta que una sombra gigantesca lo cubrió todo. Cuando alcé la vista, no podía creer lo que tenía ante mis ojos, algo colosal surgía del cielo y se dirigía hacia nosotros, descendiendo lentamente.
Vanesa Hita Mejías.
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