Te fuiste en ese viaje; yo me quedé sentado en la esquina de nuestra infancia.
Contemplaba cómo tus ojos perdían contacto con la realidad, cómo tu cuerpo se retorcía ante imágenes que yo no veía. Te embarcaste en una aventura de colores iridiscentes y visiones fantasmagóricas. Tu cuerpo vacío seguía a mi lado, pero ya te había perdido. Tus ojos nunca volverían a reflejar alegría, paz, nada.
Esos ojos me acosarían aún cuando tu eternidad se transformara en un baile maquiavélico con la irrealidad.
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