Recostada en el volante, siento las lágrimas caer por mi rostro. Atrás, mi bebé llora despavorido, capaz de sentir la tensión. El salpicadero está rasgado por el puñetazo, claro que él no quería, había sido culpa mía, si no me hubiera comportado así… Después salió.
El móvil se ilumina; veo el número de mi padre que, aún a 400 km de distancia, sabe que algo pasa. Me nota la voz quebrada y me dice: “Vuelve a casa”. Arranco el coche, sé que si no me voy ahora, quizá nunca logre hacerlo.
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