Tenía 15 años cuando realicé ese primer viaje que ya no hago, no al menos de ese modo. Encendí con un mechero prestado al cual le fallaba la piedra ese cigarro de la risa que me hizo levitar hasta el fondo de mi mundo interior. En aquel lugar pude descubrir que no existían las preocupaciones, el dolor ni el tiempo. En aquel lugar podía volar, llegar a cualquier parte sin preguntarme lo que dejaba atrás. A día de hoy vale más la conciencia de la que ese lugar carece, y ese viaje dejó de existir.
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