Mortalmente aburrido del país entro al bar del aeropuerto.
El fuego del mezcal me sabe a colinas semiáridas pero odio caminar bajo el sol. El incendio forestal en mi boca tras beber güisqui rememora el viejo anhelo de pilotear una avioneta y soltar una cortina de agua. No, el alcohol con su flama debe alumbrar mi destino. Y el ardor sutil del vino evoca una choza a la orilla del extenso lago que refleja la aurora austral, ahí donde reina la paz.
Decidido, compraré un vuelo al apacible sur.
El viaje que aún no he hecho (2ª edición)
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