Una mujer, siempre hermosa solo por el hecho de concederme el privilegio de su abrazo, la sala en penumbra, el piano de Pugliesse, la orquesta de D´Arienzo, el bandoneón de Piazzola o la voz de Carlos Gardel, respirar hasta acompasar mi pecho al de ella, sentir como se abandona y deslizarnos sobre la tarima soñando, como siempre, con Buenos Aires, con la esquina de San Juan y Boedo, el Viejo Almacén, las casas de colores de Caminito en La Boca y con dejarle tabaco a Gardel en La Chacarita.

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