Te espero sentado frente a la puerta del tren, conmigo la maleta roja de los sueños imposibles y sobre la mesa una copa de vinho verde. Mi vieja y manoseada guía asomando por el bolsillo de mi gabardina y en mi mano derecha, dos billetes de tren. Lisboa no es un lugar para solitarios.
Pero sé, que un año más, me quedaré aquí sentado. Soñaré con pasear a bordo del tranvía 28 por la ciudad lisboeta. Imagino el olor a bacalao mientras la tristeza de un fado acompaña la partida del penúltimo tren.
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