No pude sentir el viento cargado de polvo del desierto contra mi cara.
Mi piel, mis ojos y las terminaciones nerviosas no pudieron grabar las emociones esperadas en los pasadizos de Guiza.
Ni pude sentir misterio, deseo, gritos mudos de dolor, lágrimas y vidas robadas al rozar con mis dedos la piedra caliza… –morada de vidas eternas–.
Tal vez mi enfermedad fuera cómplice de un final que aun no me correspondía.
Tal vez Guiza en agradecimiento haya acogido las almas perdidas del vuelo N42.
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