Estábamos bailando y tú cantabas cada uno de los versos de aquella canción,

Eras felicidad,
euforia y amor.
Eras todo lo que alguien podía desear rozar con los dedos cuando llegara la tempestad.
Joder,
quizá me di cuenta tarde,
estabas abstracta en un mundo en el que desearía quedarme a vivir.

Empecé a notar tu ausencia.
Te alejabas cada vez más.
Qué poco te valoré.

Me odio por no haber sabido ser contigo.
De lejos pude escuchar las campanadas que anunciaban el final.

La distancia de nuestros cuerpos me dejaba un gusto ácido en la saliva.
Como todos aquellos ‘Te quiero’ que debí decirte y callé.
Se repetían,
una
y
otra
vez.

La soledad empezaba a acariciarme suavemente la cara.
Tenía hambre de besos,
sueños entre los dedos,
de abrazos,
de matar los miedos.

El otoño se posaba en mis pulmones,
Y apoderándose de mí,
la vida empezaba a parecerme menos bonita.
Tú eras la luz.
El sentido.
La dirección correcta.

En los últimos instantes,
antes de ser presa del frío,
cerré los ojos,
cogí aire
y grité tan fuerte que pude sentir salir toda mi vida en aquél,
‘Quédate conmigo’.
Los abrí,
ya no me mirabas,
Era tarde.

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