El barro en mi boca

El barro en mi boca

Sadie Farrell

16/09/2018

Ecos que cuelgan en la estancia abandonada.

Vacío.

La desnudez de las paredes evoca
incansable,
la ardua labor que enfrento: despedirme de una sombra.

No rechazo la tarea.
No la agradezco aún. Quizá algún día.

¿Cómo separarse de lo que te ha reventado en el pecho?
¿Cómo abandonar una quimera vislumbrada apenas?
¿Cómo me desprendo de lo que no sé si es?
¿De qué debo despedirme?
No lo sé aún. Quizá algún día.

En esa hazaña ando sin que nada pare ni un segundo.
Gritaría: ¡Disculpen, aquí ando de luto!
Inútil.
La vida no sabe de armisticios.

Si me empeño,
la existencia me permite
fugazmente,
sentarme al borde de sus aguas revueltas,
dejar los pies en remojo,
sentir sus remolinos en las plantas,
fascinada -desde la distancia segura-,
con las complejas corrientes
y su maraña,
mientras me tomo con calma una copa
que nunca
nunca
nunca
sabe a néctar o a paz.

Pero no tarda en incitarme
a que me tire de nuevo de cabeza
-qué poco sé de la prudencia, dios,
qué poco-,
y me lanzo
y me sumerjo
y me digo que no es para tanto
y me embarro
y el lodo me cubre hasta el último poro,
penetra en mi nariz, en mis orejas, en mi garganta,
me ahoga
y en el último soplo del último aliento,
todo se calma.

Muero un instante infinito.

Y contra todo pronóstico
enraízo tímidamente,
sin entender nada.
Y germino un poco
y crezco una pizca
y florezco algo.
Y soy la misma y soy otra,
que se dirige a una nueva muerte
engullida una y otra vez
por el barrizal.

La sombra de la que debo desasirme,
nunca abandona la orilla,
indiferente a los cantos de sirena de otras muertes
y otras vidas.
Para mí es tarde ya
para acomodarme en el margen
a beber y suspirar,
queda lejos incluso el soñar
en esculpirme en alguien distinto.
Aspiro, a lo sumo,
a arrancarme el resto de algún disfraz
que me tentó en su momento, probarme.

Saltaré a las aguas turbias,
sola,
una vez más.
Las respuestas pueden estar en cualquier parte
y las preguntas no amainan.

¿Cómo deshacerse de lo que nunca se tuvo?
¿Cómo olvidar el nombre propio del afecto?
¿Cómo extirpar un espejismo
que late dentro de todos y cada uno
de los propios latidos?

No sé cómo.
No sé de quién, a quién, por quién.
No distingo ya silueta de materia
ni dónde acaba el reflejo
-si es que no lo es todo-,
ni dónde empieza el ser
-si es que existe-,
al que extraño,
al que creí reconocer,
al que aún amo.

No sé nada de mi labor, no,
pero no la rechazo.
Y quizá la agradezca
algún día.
Aunque hoy, ahora, en este instante,
represente con total pureza
nada más que un cruel martirio.

No sé qué que debo hacer
ni cómo llevarlo a cabo
ni cuándo ejecutarlo,
así que me desnudo una vez más
dispuesta a la inmersión.

Cansada,
triste,
vacilante,
pero con el recuerdo vívido en la lengua,
del néctar en el que puede convertirse
el barro de la vida
en mi boca.

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