I
Estaba esperando el setenta y tres
con su pelo negro y collar blanco,
tenía el móvil en la mano
al posarse en aquel banco
por la selfie que subiría después.
Su semblante puritano
se sonreía en ese plano,
mas llegó el aroma franco
de litros de alcohol fuerte y descortés
desde aquella mujer de ojos tristes,
que le hizo un gesto para apartarse
y luego se sentó cansada:
hablaba al aire en quejarse
de que no hay pureza en lo que existe,
pero sí interés en cada
uno aunque no muestre nada.
Laura comenzó a asustarse,
aunque el momento parecía un chiste,
pero nadie adivina intenciones
ni los días pasados de los demás.
La mujer comenzó a charlar,
asegurando que jamás
vio pupilas tan llenas de emociones
como esas que ella hacía brillar,
y que en ellas podía notar
aquella juventud fugaz
que aún no sufrió la hoz de frustraciones.
«¿Cuál va al Retiro?» Dijo la mujer
antes de volver al tema anterior.
«Mira, toma esta pulsera,
tócala, siente su rumor…
en sus hilos verdes hay un poder:
el de alejar a cualquiera
que por interés te quiera.
Con ella no habrá dolor,
pero a todo el mundo vas a perder».
Laura miró a un costado y vio un ave,
un hermoso colibrí batiendo
su plumaje reluciente.
«A todes irás perdiendo,
porque esto aleja maldades graves
en un mundo solamente
hecho de imperfectas mentes:
uno puede estar haciendo
daño… pero a veces ni lo sabe.
Por eso los seres buenos —los menos—
deben posar en sus pieles los lloros
que inyectan al corazón deterioros:
sólo así sus fervores serán plenos,
pues cualquiera es bueno en los tiempos buenos.
II
Yo he tenido esta pulsera por años
y por años los que amaba se fueron,
ahora tengo treinta y tres primaveras
imposibles de arrancar de mis dedos.
Pasé toda la vida
en Soledad y Miedo,
pero esto ya me ha desgastado tanto
que no puedo llorarlo, aunque eso quiero.
Cuento con más parejas
que amigos verdaderos
y este hecho me retuerce los ánimos
pero no me mata, ojalá pudiera…
porque mi alma es una ruina de flores,
ya que las ruinas tienden
siempre a desvanecerse
y las mías se recomponen.
Se agigantan mis columnas rotas
junto a mis emociones,
los ventanales toman
colores de ternura
con la luz de los soles…
y luego vuelven a caer.
Toma la pulsera ya»
Dijo mientras sostenía suavemente
la muñeca de Laura.
«Espero que superes
lo que yo no fui capaz:
que se marchiten todos tus sentidos
hasta dejarte sin sensibilidad,
porque eso suele lograr
el beso prolongado y asfixiante
de la puta soledad»
Tenía el pecho quebrantado por dentro
y un dolor indómito
subiendo por su cuello.
Sentía que tras los ojos sus lágrimas
vibraban como las aguas del Leteo.
Pidió por favor un abrazo a Laura
y ella pudo sentir su respiración.
Se disipó aquel aire
que tenía algo de temor,
ahora si Laura miraba a esa mujer
sólo sentía compasión,
porque todo eso ya no era incómodo,
pues de repente sintió
que la mujer hablaba,
bajo su aroma de alcohol,
con una sinceridad que jamás vio,
ni en quienes más amaba
y ni en quienes más amó.
III
«¿Por qué quieres que tenga esta pulsera
que solo puede hacer nacer heridas?
Es imposible que nadie la quiera.»
«En mitad del camino de mi vida
yo era un ángel que vivía en tranquilidad:
junto a un dios perfecto yacía tendida
en su lago eterno de amabilidad,
hasta que dios se tornó sombras muertas
y dejó ausencia en donde tenía bondad.
Cuando descubrimos su piel abierta
los ángeles suyos nos conmovimos,
y azotó nuestros cuerpos la reyerta
de quién tendría un amor tan ubérrimo
como el suyo, que era más que simple amor…
unimos nuestros seres beatísimos,
para regar por sobre el mundo exterior
nuestra bondad como flores de rocío
que son arrancadas de nuestro interior.
Lo cumplimos hasta quedarnos vacíos,
hasta desangrarnos dentro sin final
y alejarnos de nuestros genuinos bríos.
Hoy rogamos con garganta memorial
que los mortales valerosos donen
cual nosotres su sangre primaveral,
porque el magno sacrificio supone
responder a esta cuestión complicada:
antes del punto en que el mundo abandones
¿dejarías tus sentimientos sin nada,
ni libertad ni alegría ni entereza,
para que la gente sea alimentada
por tu felicidad y gentileza,
y en cambio tú te quedes solamente
con tus temores y con tus tristezas?
¿Podrías ser infeliz eternamente
si eso hace que los demás sean más plenos
y más felices verdaderamente?
Si tu enfermedad curará el veneno,
si has de ser infeliz por los felices…
con esta pulsera harás algo bueno.
Tus amados serán los artífices
de tu soledad gélida y violenta,
pues ya no tendrán intereses grises.
Poco a poco estarás sola y sedienta,
y si tu alma aún no se te desmorona
tras años de soledad descontenta,
le darás la pulsera a otra persona»
Se levantó tras un breve suspiro
«Me voy: toma la pulsera… perdona…
Había llegado el bus nueve justo ahora.
«Disculpa, ¿este bus va hacia el Retiro?»
IV
Antes de que se adentre
la mujer al bus de largos gemidos,
Laura preguntó en alto
por qué se necesita
cortar el lazo con otras personas
para guardar el fruto
sublime de las ramas de la bondad.
«Eso es muy fácil, niña:
si encerrases a un hombre
cuerdo en las paredes de un manicomio,
¿cómo acabaría viendo
el mundo tras un tiempo de delirios…?
Pues basándote en esto
responde a lo siguiente:
¿cómo sería entonces un niño tierno
si lo arrojan a un mundo
constituido con raíces de violencia…?
Adiós: cuídate, niña».
Y Laura pudo observar
el pelo negrísimo y los tatuajes
en la espalda de ese ángel.
Quedó en sus manos la pulsera verde
y la opción de usarla o no.
En la parada vacía
Laura observó la cámara del móvil,
donde miró su cara
seria, casi llorando ríos de dudas.
Tras una breve pausa
buscó entre sus contactos
para llamar con la mano temblando.
«Hola mi amor, ¿cómo estás?
espero que no te moleste pero
no voy a ir a tu casa.
Tuve un día complicado.
Sí, estoy bien. Ya te lo contaré otro día.
No, yo te amo más… adiós».
Se quedó sentada observando el barrio,
vio a una madre latina
con su niña pequeña,
que apenas podía caminar y estaba
huyendo de su sombra,
que a sus ojos la estaba persiguiendo
infatigablemente.
Y también vio a un anciano
que había arrancado una flor de la iglesia,
posando los pétalos
blancos cerca de su nariz rosada.
El tiempo dejó de correr del todo,
ahora todo era tranquilo, silencioso,
y Laura se sentó a fumarse un porro.
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