A propósito de la suerte

A propósito de la suerte

A cada segundo.

Cada lágrima que se derrama a destiempo.

Cada reproche que se dirige,

al otro lado del espejo.

Cuál es el precio de la suerte,

si es que tiene precio.

Los escucho, escondido tras los auriculares.

Remuevo el café,

Observo los adoquines a través del cristal.

Quejumbroso él: lo que me sobra es el tiempo.

Quejumbrosa ella: lo que me sobra es esta herencia.

Si tuviera algo menos de tiempo, pero algo más de dinero.

Si tuviera algo menos dinero, pero abuela estuviera todavía aquí.

La herencia es una suerte, si uno lo piensa.

Todo lo compra, excepto la muerte.

La libertad, que hermosa bailotea entres los juncos del Nilo.

Pero incapaz se revela, así como el ave fénix a si mismo, de reducir las facturas a ceniza.

Una vez, tuve un sueño.

En el se desborda el lagrimal de una madre orgullosa.

En el que puedo decir, a través del micrófono:

Este galardón se lo dedico a padre, madre, hermana.

También a Blanca, quien sin duda

Merece el mismo o más reconocimiento

Que quien se halla ahora ante este atril.

Porque ella fue quien me dijo,

solo con el puñal de sus pupilas dilatadas:

Eh, has venido a este mundo

Pero a decirle algo.

¿Y vas a decírselo así?

Con una lágrima que se derrama a destiempo,

con un reproche que se dirige,

al otro lado de este espejo,

Este espejo donde ya las cosas dejaron de ser

Y desde luego ya no serán.

Pero aun a pesar de sus palabras,

De su inesperada lucidez,

Pasan los años y veo los otros coches como pasan,

Mi reflejo oscuro en sus retrovisores.

Y es que hablaba de la suerte.

Hubo un tiempo en que pensé que ya vendría.

Hubo un tiempo en el que pensé que ya tendría el tiempo.

Hubo un tiempo en el que de hecho tuve el tiempo.

Hubo un tiempo en el que tuve el tiempo, pero no el dinero.

Hubo un tiempo en el que tuve el dinero pero no el tiempo.

Y aun así me dije:

Jamás se asentarán tus pies bajo la luz del fluorescente,

Bajo la mirada de la seda y la corbata.

Lo mantuve en realidad durante ciertos años.

Hasta que las monedas le ganaron el terreno a los segundos.

Pero a cada segundo,

Cada lágrima que se derrama a destiempo.

Cada reproche que se dirige,

al otro lado del espejo.

Y es entre esas tribulaciones que tus camaradas,

al parecer prosperan:

La casa, el coche, hacienda.

Pero es que prosperar es eso?

Pues yo lo que quiero es que las palabras se encadenen,

Como viejas conocidas que por fin se encuentran.

Yo lo que quiero es que la moneda y el segundo se abracen

Y digan qué extraño fue estar tan lejos.

Que el tedio y el cansancio no se hagan dueños de mis días.

Que prosperar no signifique la casa, el coche, hacienda.

Que la libertad no deje de bailar entre los juncos del Nilo.

Que cada mañana, al poner un primer pie en suelo gélido, la primera conexión consciente entre una neurona y su compañera no diga, por dios, que se acabe ya este día.

Que no pasen los años, y que ese sueño que tuve sea una locura de juventud.

Que a la postre, sea imposible distinguir el sueño del recuerdo o si fueron fabulaciones.

Que por encima de todo las palabras sepan encontrarse, así como hacen estas, quien sabe si después de vagar por un océano incomprensible, donde también navegan las ideas de Platón, los espejos de Borges, o los cronopios de Cortázar.

Y que nunca más me atreva a decir que existe tal cosa como la suerte.

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