1

El tiempo te dará la razón

pero te quitará la libertad de la incertidumbre.

Te robará la licencia poética del misterio,

la inocencia atronadora de la ignorancia.

Se te llenará la boca de te lo dijes que amordazarán la suerte de la primera vez.

Y en esa esquina te harás viejo y cansino.

Morirás a ratos

pues no hay magia en el desierto de la experiencia

ni pudor en los párpados agotados.

Peor aún:

No hay atajo de vuelta.

Cruel, el tiempo te dará esa razón que tanto ansías.

Mientras, te irá desazonando a horcajadas.

Y yo,

testigo de esta vileza,

no podré más que denunciarlo a versos

y esperarte en la desolación sórdida de mi lucidez.


2

A mi hiedra

De lejos eres tan sólo una intuición,

un eco,

un déjà vu.

Cuando ya veo tu sombra,

tu silueta se hace hueco en el espacio de mi umbral.

Titubeas,

tengo miedo,

y tu duda se vislumbra a contraluz.

Al final trepas mi cama.

Tu mejilla se agazapa,

como un beso,

en mi garganta.


3

Leí las señales y las olvidé al momento.

Comprendí tus palabras y las reinventé en tu cuerpo.

Desdeñé tu distancia.

Levanté cuatro torres y, encerrada entre ellas,

me conté un cuento de hadas por quedarme dormida.

Era el alba.

Me mandabas mensajes de hielo y de acero

que doblaban mis torres rebotando en mis senos.

Me gritabas callando monosílabos vagos y violencia en silencio.

Yo cantaba más alto por tapar tu veneno.

El humo del tabaco ocultaba tus gestos de hastío y de vergüenza.

– ¿Me oyes? Ya no te quiero.

– No importa. Te perdono.

Duérmete otro ratito que el alba está aquí pronto…

No te encuentre despierto.


4

Y, de repente, no está.

No hay una ola que lo haya arrastrado y pintado de espuma sus poros y manos.

No hay nublado que lo haya cubierto.

No.

No es de las cosas que se van lentas

ni de las que a veces retornan.

No fue siquiera en el breve segundo que dura un suspiro

ni en la eternidad de un lamento.

Ni fue tampoco cuando me detuve a parpadear.

Ha sido el contraste:

Estaba.

Ya no está.

No fue el calendario que recicló mes a mes, año a año,

ni las arrugas que anunciaban,

primero tímidas y luego a voces,

la edad en su piel.

No ha habido aviso que me haya advertido del desgarro de su ausencia.

Sólo permanece el ruido sordo del instante en que dejó de estar.


5

Vivía en un reloj de arena con manecillas que descontaban el tiempo.

No se moría nunca: tras un desaguisado, volvía como nuevo en otro rol.

Leía obras completas entre líneas.

Hablaba con esmero de cosas que es difícil aprehender.

Escribía prosa de amor en las paredes de un burdel.

Era un bohemio a la antigua usanza.

Y, poco a poco,

la luz se le apagó,

dejó de ser.

En media hora,

se le pudrió la voz,

murió de sed.

No fue enterrado:

Fue, sólo, poco a poco acostumbrado

a la hipoteca,

al peso de su sombra

y a un traspiés que le costó la vida,

le ató corto,

le hundió erguido.

Y se hizo hermano de la cofradía,

presidente de la comunidad,

socio del excelente club de fútbol,

fanático acérrimo del stand-by.

Y en un hostal, no lejos de su finca,

una mujer con un borracho encima llora por un poeta que, en el altar al lado de su cama,

le juró amor

y ya no volverá.


6

El tiempo de creer que no crees en nada.

Cuerpos que rozan el abismo oscuro que nos separa.

Voces que silencian latidos.

Latidos que no callan.

Murmullos en pasillos que forman como un mantra.

Una tos esporádica.

El aire que se apaga

Como tu aliento en mi nuca

o tu rodilla en mi espalda.


7

El pájaro de la muerte

se posa en mis pausas

acechando por si cede la rima.

Y si hay poesía sin haber un poema

sigiloso,

certero,

se acerca.

Esta singladura mortal que nos ocupa

nos distrae del enigma indescifrable…


8

Pensarte fue el esbozo,

el trazo impresionista.

Nombrarte, la palabra.

Amarte fue perderme en los pliegues de tu vaho.

Perderte fue delirio de eclipse eterno.

Te adherí a mi colección de cicatrices

y tu costra se hizo verso en mi pasado.


9

Extranjera en mi cuerpo.

Se me dobla el estómago

y en mesetas de arena

han crecido colinas.

En sus valles me siento

a que el reto del tiempo

murmure sus secretos.

Se me bajan los párpados

y el telón colorado

de los ojos cansados

va acortando los sueños

y alargando los días.

Esas noches en vela

¡dulces panteras!

ahora son teces desiertas.


10

He vuelto.

No siento nada.

Al principio la duda,

la pena,

las ganas de estrenar,

los días nuevos que olían a casa.

Luego vino la rabia,

el hedor a cerrado,

el dejarme querer

y que nadie me abrace.

El ombligo,

de piedra,

vestidito de encaje.

¿Fue en el vuelo de vuelta

Que de mis manos llenas con los puños cerrados

se escurrió mi equipaje?

No siento nada.

Ni siquiera estos versos.

Estoy desnuda,

frente a ti,

de rodillas,

y no tienes nada que ofrecerme.

¿Me vuelvo? Sé que no.

Amenazas vacías,

las mías y las de los días por venir

no tan míos.

La página en blanco.

Lo que has escrito allí aquí no es nada.

Lo que has borrado allí aquí es silencio.

Y el tiempo no te dará ni la razón

ni la vuelta.


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