El perro sediento en medio de la calle
es sólo un pretexto para pensar en vos,
para escribir sobre vos,
para imaginarle,
para recordarle en la lejanía de su ausencia.
Para encerrarlo entre las estrechas paredes
de la palabra que no se dijo,
para atraparlo en la oscura calle de
la promesa que no se hizo.
Para traer a la mesa mi deseo,
y desvestir sutilmente
mi nueva manía de pronunciar su nombre
y conseguir aparecer sólo
entre las sombras de su sueño
como un simple reflejo.
Quiero presumirle mi nuevo vestido
se llama miedo,
miedo de no saber volar,
miedo incluso de saber hacerlo.
Quiero importarle pero confieso
que disfruto tanto que me ignore.
Su existencia empieza a dolerme
de una manera tan peculiar
que temo encariñarme con el dolor.
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