Era un día de noche,
los elefantes rosados,
volaban de flor en flor,
chupando en néctar de aquellas flores secas.

Yo me encontraba sentado en una piedra de palo,
leyendo un periódico sin letras,
a la luz de una lámpara apagada.

Y fue hay, nadando en el Sahara,
y haciendo del carbón diamantes brillantes,
que tus mentiras se convirtieron en mis verdades.

Estando solo en la multitud,
y en un segundo infinito,
comprendí que no me quedaba tiempo
para ver la grandeza de mis enanos,
al ver tu bella horripilancia,
en la inseguridad de mis anhelos.

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