El abuelo se está muriendo,
junto con él se acaba la luz
de la habitación antes tan llena.
Sólo destaca el brillo
de las sábanas blancas
como la nieve,
como los ojos del viejo.
El viejo que agoniza,
con los labios delgados,
junto a la cara de su nieta
que espera a su lado,
paciente, atenta.
“¿Me escuchas, mi niña?”
La niña sonríe,
observa el movimiento
de la boca espeluznante.
“Cuando muera,
no olvides apagar la lámpara,
debe quedar esto a oscuras
como la Muerte.”
¿Cómo la Muerte?
¿quién ha visto a la Muerte? –
La niña calla.
“Ten cuidado,
alguien que te busca,
te encontrará cuando muera.
Cuando estés sola.”
“Ten cuidado,
después que haya muerto
no podré protegerte.
Debes huir de él.
“Cuando muera mi abuelo
no podrá esconderme,
¿quién lo hará?”
“Ellos te buscarán.
Ellos te protegerán;
con ellos están las cajas;
queda tranquila mi niña,
mi pequeño bien.”
La nieta espera a su abuelo
hasta que muere
para apagar la luz.
Le tapa la cara brillante,
bajo las sábanas
de la cama que será su tumba
y sale de la habitación.
“¡Niña, niña sube con nosotros!
¡Ven!”.
Son ellos, los enanos
“Sube con nosotros a los árboles”
Desde arriba le llaman unos brazos.
“Con nosotros estarás segura.
Tenemos las cajas”.
Diez enanos verdes
como las ramas de los árboles,
como las hojas de las plantas.
Ocho o nueve,
cada uno en una rama
y todos juntos.
“Mira, tenemos las cajas.
Aquí está tu salvación”.
Le muestran una cajita pequeña
labrada en oscuro cuero;
todos parecen sacar su caja,
pero solo uno lo hace.
“Aquí está su voz,
allí su risa,
en ésta su fuerza para buscarte,
en ésta su guía para encontrarte.”
“No es nada sin ellas.
estate tranquila niña,
con nosotros estás segura.”
Pero ella duda,
hasta que ve junto a ellos,
saliendo de la espesura,
de la verde floresta,
al mago, a su abuelo.
Largo y amable como una colina.
“Ve con ellos mi niña,
sube con ellos, ven con nosotros.”
La niña trepa a los árboles.
“En las cajas están los regalos niña”
dicen los enanos desde los árboles.
Son nueve o diez,
o trece a veces,
pero solo uno habla,
tras él está la Duda.
“Son regalos del mago,
de tu abuelo,
con ellos estás segura.”
“Pero ¿qué tienen las cajas?”
“La voz mi niña, la voz.”
Dice el mago saliendo de la espesura,
largo y amable como un suspiro,
sereno y audaz como un animal.
“Aquí están las cajas”-,
el enano vuelve a sacarla
de su verde camisa,
del pecho blanco de hilillos rosados,
de venillas azuladas y transparentes.
“Mira las cajas, niña,
aquí está la voz y la fuerza”
Más enanos, todos verdes,
los capuchones tropiezan con las ramas.
El mago, el abuelo,
sigue apareciendo también
sonriente como una hiena;
audaz como un águila solitaria.
¡Alguien le espera en la casa;
no recuerda si su abuelo le advirtió.
No puede saberlo, aunque viva allí,
es difícil conocer toda la casa.
Es alta como una torre,
estrecha como un pasillo.
Cada planta se abre una habitación,
y en cada habitación una escalera
¿Cuántos pisos tiene la casa?
Miles, nadie más que él lo sabe,
porque él vive allí, en lo alto.
En la cumbre como las águilas.
Su abuelo, el mago,
audaz como las águilas solitarias,
audaz como el tigre que acecha.
Su abuelo muerto movía los ojos
siguiendo el recorrido de las sábanas
que le habían de tapar para siempre.
La niña crece
y sube por la escalera arriba de la casa.
“¿Quién le ha dicho que subiera?”
“Los enanos no hemos sido”.
-dijo otro enano, otro verde, otra caja.
La niña sube,
siente el silencio,
escalón tras escalón,
hasta los últimos peldaños
de la escalera infinita.
Arriba las habitaciones son oscuras,
más que el lecho de su abuelo,
el viejo arrugado.
Cuelgan pesadas cortinas,
reposan arcones oscuros como pozos
que encierran en sus entrañas
la sabiduría de lo por nacer,
de lo que calla en las tinieblas.
“Como este arcón debió ser el vientre de mi madre-.”
Piensa y sube,
lenta como audaz es su abuelo,
el mago.
Camina entre estatuas de escayola,
blancas como la leche,
como el pecho de los enanos
donde están guardadas las cajas,
la seguridad pegada al corazón.
Sube un poco más,
la habitación se ensancha
abandona la escalera rumbo
a los vientres maternales
que se cierran como ostras ante el peligro.
Lo más incógnito está allí,
en los labios sellados del silencio.
Él acecha en la oscuridad,
desde el silencio de su voz perdida
en el pecho de los enanos,
de su fuerza,
de su pasión ardiente
que rebota contra la tapa.
El acecha anhelante de deseo,
de amor por ella,
por ser ella la única que ha subido.
Por ella, por su boca, por su olor.
La observa y no puede tocarla,
sus dedos están dentro de una caja
junto al pecho de un enano.
Ella es capaz de oírle,
nota su acecho,
siente su ardor callado,
su pasión por ella.
Recuerda el peligro,
Y le puede el Miedo.
Vuela escaleras abajo.
A él le lloran los ojos
dentro de una caja.
“¡Que pida socorro a su abuelo, al mago!”
“¡Que pida ayuda a su abuelo, al mago!”-
dice un enano desde el árbol,
el que siempre habla,
el que enseña la caja
y con ella su franco pecho.
Llama a su abuelo, al mago:
“¡Aquí estamos niña!”-
dicen los enanos.
Ahora cuatro, antes diez o más.
“Aquí estamos mi niña”
dice el abuelo.
“Abuelo, abuelito, le he visto.”
“No temas, estás conmigo”
habla el mago ahora,
Ya no llores, aquí estás segura,
aquí estamos a salvo, ¿ves las cajas?;
si quieres las sacan otra vez
de sus pechos blancos.
Ya no hay peligro.
La niña mira las cajas
preciosas como la mejor joya,
valiosas como su vientre
que él se quería llevar.
“Pero ¿qué tienen las cajas?”
“Ésta oro”- dice el enano
verde como la primavera.
“Dime qué tiene cada caja,
una por una, quiero saberlo”.
“Cuenta niña;
graba en tu memoria.
Tenemos paciencia,
Cuenta niña:
Oro, plata, cobre, cristal,
estaño, color y luz. ¿Lo tienes?”
La niña se mira los dedos
y mira al enano,
a uno de ellos,
al más verde de todos.
“Ante todo no olvides lo que está pasando- “
le dice su abuelo-.
“Debes recordar lo que tienen las cajas”.
Ya no lo recuerda.
La niña vuelve a sacar los dedos.
“Pero ¿qué tienen las cajas?”
pregunta de nuevo.
– “Cuenta niña:
Oro, plata, silencio,
hierro y piedra.
No es difícil de recordar,
¿qué te pasa?”
La niña mira al enano,
tras él empieza a ver la Duda,
ahora más grande.
Se mira los dedos y mira al enano.
“¿Qué tienen las cajas? “
Vuelve a hablar con su abuelo.
La cara arrugada asoma entre las sábanas,
la luz ciega sus ojos avejentados.
“Abuelo, dime qué tienen las cajas,
yo sé que me engañan.”
“Mi niña, mi pequeño bien,
no debes irte hasta que haya muerto,
luego apaga la luz y cierra la puerta,
la muerte es más confortable a oscuras.
No temas, ellos te protegerán.
Ellos tienen las cajas.
Ay, pero la niña ya tiene voz,
su abuelo no puede impedirlo,
“¿Qué tienen las cajas, abuelo?
No consigo recordarlo.”
“Oro, plata, estaño, luz y sombra.
Repítelo para que nunca lo olvides.”
Pero ¿cómo saber si le dicen lo mismo?,
ahora que ya ha estado arriba.
Debe recordarlo todo.
Debe enumerar las cajas
y escribirlo todo antes de despertar.
“Mi niña, no te vayas hasta que haya muerto.”
“No me iré abuelo, hasta que hayas muerto,
como siempre.”
Y el abuelo muere de nuevo
y como antes apaga la luz.
Afuera están los enanos
y el mago (el abuelo),
y la Duda detrás del más verde.
Es imposible saber qué tienen las cajas.
“Ya no eres una niña”- dicen los enanos.
Es grande como su abuelo,
audaz como un gato.
Sube a la casa, arriba del todo.
“¡Niña!, ¡mi niña”! – dicen los enanos.
“¡No subas! ¡no subas! “- dice el mago.
“¡Se marcha para siempre, se nos pierde!”
Lleva corazón golpeándole el pecho,
la Duda quedó detrás.
Sube, escalón tras escalón,
nerviosa porque sabe que la espera.
Amante apasionado.
En la penumbra le ve,
él retrocede turbado.
Ella abre su ropa y le muestra el pecho cálido.
«Para ti»- le dice suavemente.
Él se estremece,
y con él la casa entera,
que se derrumba sobre sus cabezas.
La voz salió de la caja,
del pecho que reventó apasionado.
“¡Qué hermosa eres”- dice!
“Tan grande ahora, tan audaz.”
La Duda también ha llegado hasta allí.
Siente su voz salir de las cajas,
de los enanos que desaparecen;
siente su vida en el rostro de ella,
la mujer que ya no se asusta.
Allí está su historia.
La niña la escribe.
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