Del cielo y del infierno

Del cielo y del infierno

Del cielo y del Infierno

Poemas

Héctor Cuestas Venegas

Todo es igual

Estar cerca o lejos,

llegar a la cumbre

o descender al abismo,

huirle al sol

o a la lluvia

buscar el alba

o la luna,

callar, cantar,

reír, llorar,

beber el amor

o el desamor;

Todo es igual

cuando la desesperanza

nos secuestra,

cuando la muerte

se carcajea victoriosa

a nuestras espaldas.

Incertidumbre

La Luz

es la misma

aquí o alla,

esa que ilumina mi alma

o se ausenta cruelmente de ella

condenándola a caer

en las fauces de la noche.

El fuego

no es disímil en el tiempo,

aquel que entibia precariamente

mi pecho

o que, por infortunio,

permite el asalto glacial

de esas horas eternas

en las que la incertidumbre nos devora

cual ave rapaz

que engulle su presa.

Ella, simplemente ella

Ella siempre está ahí,

espiándonos,

como una perfecta cobarde

que sabe que en cualquier instante

de hoy o de mañana

terminaremos inmersos

en su insaciable

vientre;

y sólo nos vigila,

incluso con cierto desdén,

cual felino doméstico

que juguetea con su presa.

Ella jura al cosmos

que desde el mismo momento

en el que asomamos a la luz,

somos su alimento.

Sí, ella, con su guadaña

y su macabra sonrisa.

Una esperanza

Me faltará sentir, me faltará llorar

me faltará sufrir las calles,

mendigar,

me faltará dejar que el hambre

me corte hasta el alma,

o recibir el fogonazo

de una puñalada;

me faltará alzar mi rostro triste

para que los buitres

se traguen mis ojos,

dejar que la faz fría y negra

de la espantosa noche

tome mi cuerpo y muela mis huesos,

o tal vez que el sol

me envuelva en sus brazos,

me calcine, me haga casi polvo.

Me faltarán estos

y cuántos suplicios más

para demostrar,

finalmente,

que en mi pecho siempre

sobrevive una esperanza.

Aforismo 1

Cuánto amor u odio

he de acumular

para que mi pluma

algún día

logre destilar

unos buenos versos.

Aforismo 2

Mi cuerpo y mi alma

casi destruidos

y sin embargo

sobre mis despojos

palpita una esperanza.

Una sombra

Una sombra

me visita todas las noches,

una sombra larga,

una sombra muda

me asiste

durante mis cielos sin luna,

es la sombra de mis miedos,

es la sombra de mis cuitas

que se hiere con el sol

y se renueva cuando éste se oculta

tras la vasta montaña.

Una sombra me cobija todas las noches,

me envuelve tan fuerte

que casi me asfixia.

Y todos los días

al despuntar el alba

me asomo a la ventana

con una sonrisa falsa.

Te amo como eres

Te amo como eres,

callada, pasiva, casi eterna,

siempre tendida a mis pies,

inexpresiva e incondicional.

Te amo como eres,

con tu sucia faz de rutitna,

con tus múltiples olores,

la mayoría pestilentes.

Los hombres y las ratas

te habitan en la luz

y en las tinieblas.

Te amo como eres,

aún cuando digieres,

el vómito de los ebrios,

el orín de los perros

y el estiércol de humanos y de bestias.

Te amo como eres,

con tus orillas

colmadas de inmundicia

o adornadas con jardines,

con tus aires infestados de humo

y todo tipo de gases.

De vez en cuando

un olor dulce.

Te amo como eres,

con tus superficies como muslos:

anchas y siempre abiertas a mi paso,

con miles de huellas

que se forman y se borran cada instante.

El sol, la luna y la lluvia

son mis amigos, mis hermanos,

con ellos acudimos a ti

a pasear nuestras soledades en tu faz,

-acaso buscando una senda prometida-

y derramamos sobre ti nuestras lágrimas

como confesándote nuestras penas

y nuestra infinita ansiedad.

Sí, te amo como eres,

tú, la calle, mi calle,

la más fiel cómplice

de mis anhelos de libertad.

Poeta soy

Poeta soy

y es mi mejor retrato

la hoja rasgada, hendida, sin datos

o el verso escondido, sin ínfulas, sin más.

Poeta soy y estoy aquí, tal vez sin estarlo,

leyendo mi mundo, sufriendo mi sino,

escupiendo mi suerte y volviéndola a tragar.

Poeta soy

y es mi vida un ensayo,

un remoto espejismo de ave y de paz,

y es mi condena o es mi costumbre

caer en el bache y volverme a parar.

Poeta soy, quizás un verso turbio,

un renglón tachado, un verbo prohibido,

una hoja virgen o un barco sin mar.

Una y mil sonrisas

Pacho es un maestro

en el arte de la sonrisa,

saluda a su vecina

con una sonrisa plena,

se cruza con un amigo

y le imprime una enérgica sonrisa,

más adelante,

un viejo conocido

y surge otra sonrisa

contagiando entusiasmo.

Luego más y más amigos

y muchas más sonrisas calurosas.

Todos en la calle

viven aguardándolo para recibir,

como el pan de cada día,

esa alta dosis de aliento

que imprime su sonrisa.

En el espejo

todos los días la ensaya,

hay que cubrir con ella

la lobreguez del alma,

al fin y al cabo,

¡nadie ha de cargar con sus penurias!

Frenesí

A veces siento que ella va a ser mía,

briosa mujer de labios carmesí,

e intuyo también que su rebeldía

decae en pasión, amor y frenesí.

E intento entonces romper los prejuicios

dejar que el fuego se encargue de mí,

caer en su piel como en un dulce vicio

vicio del que no vuelva yo a salir.

Y leo también, en su mirada esquiva

esa ardiente sed de tarde de abril,

esa loca ansiedad, intensa y viva

que incendia mi cuerpo ávido y febril.

A veces creo que su mirada altiva

es una gran razón para vivir.

Soneto a una mujer andina

No es simple enfado lo que en tu mirada

con descomunal hechizo yo observo

tampoco es un mensaje hostil ni acerbo,

no, es el de una niña enamorada.

Y no es que sea tímida tu sonrisa,

hace parte de un mundo de ilusiones

que de tu pecho revienta en canciones

y conquistan mi alma vaga y sumisa.

Decidme, oh preciosa mujer andina:

si por un desacierto yo cayera

rendido en tus encantos que alucinan,

¿hacia qué fuerzas extrañas me inclinan,

enredado en tu suave cabellera,

el brutal infierno o la paz divina?

Arrebato

Esa mujer que ayer me sonreía

es justo el amor por quien vivo y muero

y por quien me daría en tan cruel duelo

que ningún gladiador resistiría.

Y es que me resulta corta la vida

para confesarle lo que yo siento:

un arrebato, cual furioso viento,

un dulce susurro cual voz de lira.

¿A quién si no a ella yo me rendiría?,

caer ante su embrujo, enloquecido,

y fundirme hasta las postrimerías

de mis días vagos, tenues, compungidos.

¡Oh, cuánta luz y vida me darían

sus labios con un beso enardecido!

La hormiga

Fiera criatura de ambiente boscoso,

de selvas, montañas y de jardines,

del roble, del frutal, de los jazmines,

el tronco habita y el lecho rocoso.

Sabio espécimen, audaz, laborioso,

lleva el sagrado embrión en su tenaza

y emprende, perseverante la caza,

sin aguardar, en su misión, reposo.

Sabe que el tiempo es oro y la bonanza

y funda su morada, grano a grano

sin contemplar el invierno o el verano.

Todo lo emprende en ejemplar alianza

con firmeza y con pulso soberano.

¡Oh!, cuán, cuán meritoria es su enseñanza.

El alma

Luce su piel ya seca y arrugada.

¡Los años pasan y han dejado huella!

como en el terso pétalo, la mella,

que sufriere la rosa delicada.

¿Qué ha sido de su dicha proyectada,

qué será de su sonrisa de estrella,

esa que tanto júbilo destella,

como en noche de luna iluminada?

Aunque el cuerpo es frágil, se deteriora,

el alma ha de lucir siempre radiante,

con el mismo vigor de los amantes,

con la misma pureza de la aurora,

¡pues nada más admirable, ayer y ahora,

que el eterno resplandor de un diamante!

Defensa del soneto

Él, que de las entrañas de las musas

emerge muy garboso y con estilo,

airoso se impone ante la ilusa

pretensión de su fin en nuestro siglo.

Tiñen su nombre muchos centenarios,

desde Petrarca, Quevedo y demás

y aún seduce con su voz de canario

y aún contagia con su ritmo y compás.

No es vano el son ni la palabra inerte

ni superflua la rima y la medida.

Tampoco fue casualidad ni suerte

que sus versos trascendieran la vida.

No. No pueden ser jamás concebidas

en él la decadencia ni la muerte.

Al sol

¡Oh!, fúlgido astro que rige nuestros planetas,

que alegre te posas sobre la agreste peña,

de oro pintas las tardes y del cielo te adueñas

y eres el monarca de estrellas y de cometas.

Te alabo y te bendigo cuando la niebla ahuyentas

y apareces desplegando tus brillantes rayos

para alimentar la planta desde la hoja al tallo,

para vestir la vida con tu risa de fiesta.

En las noches más gélidas te añoro y te extraño

y mientras más pasa el tiempo y transcurren los años,

más me embriaga tu rostro cuando anuncias el alba.

Tú, que calientas mi piel como el más terso paño,

y alumbras mi sendero con tu brillante llama,

también forjas el pan, también avivas el alma.

Un poema

Es ese mágico contraste

entre la blancura de tu piel

y el negro encaprichado

de tu traje.

Es esa sonrisa alegre

que se posa en tu rostro

y se filtra sin preámbulos

en el recodo más oculto

de mi alma.

Es esa cabellera dócil

¡que le ha robado el color al sol!

para iluminar tus ojos negros;

es esa mirada dulce,

dulce, audaz y coqueta

que rompe las compuertas

y desnuda el sentimiento;

son esos labios rojos,

incendiados, cual lava de volcán,

que despiertan mil ansias.

Es todo esto y mucho más

lo que me hace presentir

que no eres sólo una mujer.

No. Eres más que una canción,

eres todo un poema.

Te fundiste en mí

Es con tus pupilas con que leo el mundo,

tu corazón ardiente late entre mi pecho,

un frío lunar quema tu piel sobre mis huesos

y un fuego solar dora tu tez bajo mi frente.

Te fundiste con cada átomo de mi cuerpo,

te metiste hasta lo más secreto de mi alma,

con tu sangre marcaste mi territorio,

con tu alma embargaste todos mis sueños.

Estás dentro de mí, sin estar presente,

y entre más te alejes, más te siento,

eres como ese suave viento

que prodiga alivio dulcemente.

Te apoderas de mí hora tras hora

y aunque intente escapar, no lo logro,

¡qué difícil renunciar a tu dulce vicio!

imposible huir de tu halo hechicero.

Te fundiste conmigo como en la aurora

se mezclan mágicamente aire y luz

y me perderé en ti como el azul

y el verde se besan en el mar y el cielo.

Héctor Cuestas Venegas

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