INMINENTE

Muchas veces se la encontró y siempre la dejó pasar.

Sabía que algún día la tendría que enfrentar, pero aún así, nunca la quiso encarar.

Solo esta vez, pensaba, una más. Será la última. Quizá algo nuevo que experimentar.

Un camino nuevo que recorrer. Una experiencia por aprender.

Alguna ayuda que proporcionar. O tan solo el inminente encuentro con su destino, quería postergar.

El camino recorrido había pesado mucho en su transitar. Incontables eran las piedras que, para continuar su peregrinar, tuvo que apartar.

Bien sabía que cada piedra, parte de su masa le haría trasladar. Cada una era diferente, ninguna resultaba igual.

Para algunas, bastó apenas el índice para poderlas de su camino apartar, pero había aquella que no solo requería de todas las fuerzas que sus dedos juntos podían otorgar, sino que desangraba su fuerte pulgar, y en su alma, una eterna cicatriz iba a dejar.

Su espíritu aventurero lo insitaba a continuar, en su afán de algún día poder perpetuar.

Su corazón se endurecía paso a paso, mientras su alma cicatrizaba, y cada día más, añoraba el ocaso.

El débil carácter que la naturaleza le otorgó, regaba con lágrimas su caminar. Esencia de rosas y elixir de mar, animaban en un adagio su diario despertar.

Sin tan solo un atisbo de querer claudicar, recorría siempre erguido su cruel humanidad.

No había vuelta atrás. Nunca se permitiría, ni siquiera por un instante, tan solo voltear.

Cuando abría una brecha en su caminar, o quizá una zanja tenía que sortear, una tumba debía siempre cavar, pues mil resentimientos había que enterrar.

Si volaba un día hasta las nubes y aún mas allá, sabía que tarde o temprano tendría que aterrizar. Triste es, pensaba, pero aún así lo debía intentar.

Nada le fue dado sin tenerlo antes que pagar. Hasta el saborear una gota de agua, tenía que ralentizar.

Lenta, muy lentamente se deslizaba la arena entre sus ya cansados dedos, y la sangre emanando de los mismos, desaparecía antes de coagular, o su desgastado ropaje llegar a manchar.

Las lágrimas emanaban cual manantial de paz, y con la sangre se mezclaban como queriéndola purificar.

Amaba la vida que lo hacía avanzar, pero también la muerte que le permitía renacer, otorgándole el don de resucitar.

Cuando la miraba, lejos en su andar, hacia ella deseaba correr, y en un eterno abrazo la quería besar.

Pero un instinto nato lo trataba de alejar, y lloraba, mientras la veía su camino dejar.

Y continuaba avanzando, en ocasiones corriendo, otras trastabillando. A veces riendo, pero otras llorando.

Un falaz día logró por fin tocar el cielo, con su alma en la mano, pero al no poder retenerlo cayó desahuciado.

En los verdes yermos fue rebotando, los hialinos lagos cruzó flotando. Por entre cascadas se mezcló su llanto, y el eco de las montañas su grito fue apagando.

Fue tanto su dolor que al no soportarlo, la buscó ansioso en su desamparo.

Al verla a lo lejos, corrió a su lado sin siquiera pensarlo. Imaginó su cuerpo abrazando. Sintió sus finos cabellos, y en sus desgarrados dedos, logró deslizarlos.

Entre mil sollozos acarició su cuerpo y a su gélido oído se acercó susurrando “por favor, ahora hazlo”.

Encontró su boca, fría como escualo, pasó la yema de sus dedos por sus blancos labios. Los pegó a los suyos sin ya más pensarlo. Con un eterno beso, selló su destino, y con un amor fingido, en su inerte regazo, se durmió llorando …

FIN

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