Mucho más que un trabajo

Mucho más que un trabajo

Hola, me llamo Luís. Hoy he recuperado por fin mi nombre. Ese que mi pobre viejita me pusiera al nacer. Durante mucho tiempo olvidé mi nombre, eso fue cuando empecé a cosechar logros, entonces jefes y empresarios me bautizaron nuevamente con apodos como Sr., Sr. arquitecto, jefe. Ahí fue cuando todo terminó, cuando comenzaron las palmadas en el hombro, los chistes malos, las falsas sonrisasy lo peor: justificar mi amor hacia mis hijos con buenos regalos de cumpleaños. En resumen: me convertí en un verdadero idiota. Durante un buen periodo de tiempo participé voluntariamente de un carnaval muy parecido a la ficción, donde yo era o al menos: me creía el dueño.

Es extraño con que facilidad cambian las circunstancias y dejamos de ser protagonistas para ser espectadores de nuestra propia vida. Es extraño verme a mí mismo haciendo fila en consultoras o leyendo los avisos del diario, yo que solo veía la sección de deportes. Es extraño poder pasar tanto tiempo con mis hijos y hasta poder llevarlos a la escuela, pero mas extraño es lo absurdo que me siento. Había algo en el trabajo, algo que sobrepasaba por mucho el dinero; el poder; cargos, yo tenía una identidad. Eso es lo que me falta ahora, me faltaba entonces, pero el tiempo libre me permitió verlo. Quizás además de sentirnos seguros económicamente hablando, esa; sea una de las mejores cualidades del trabajo: nos deja poco tiempo para pensar. Porque es posible que debajo de esos trajes con corbatas, de esas camisas almidonadas no exista nada más. Antes yo era, o creía que era: ahora tengo certeza de que no soy y eso me provoca una extraña y confusa dolencia.

Debí imaginar lo que venía cuando el nudo en mi corbata se volvió más apretado; o cuando titubeé en la segunda respuesta. Pero hay algo sin dudas, algo en nuestro interior que se revuelve como un tornado que avanza destruyendo casas; eso que nos dice internamente que fallamos. Yo lo reconocí y supe que estaba perdido, aun antes de perder el mapa.

Me quedé sin trabajo hace seis meses. ¡Sí! Hasta hace seis meses yo integraba una minoría afortunada capaz de llevar el pan a la mesa. Hoy soy un desocupado más, para las encuestas un 0,00000000000001 que agranda una lista, para la sociedad un paria, para un político más argumentos para futuras campañas.

Las causas siempre son diversas; ajustes; recortes de presupuesto; etc.; etc.… Pareciera que para lo único que no hay causa es para dar trabajos. Desde que estoy sin laburo tengo completa noción de mi existencia, del paso de las horas; tanto que hoy casi pude descifrar el aleteo de un colibrí en el rosal de mi casa; cuando logré contarlos supe que me sobraba tiempo. He ido a todos los lugares; rezado a todos los santos, recorrido todas las calles. Solo tengo una pregunta rosando mis labios a cada instante: ¿Qué se hace cuando se está completamente perdido? No quiero ese silencio por respuesta, no quiero la soledad que hace trucos con mi mente. No quiero esa sensación de que no me va a gustar la respuesta. Si es que existe una respuesta.

Algunos dicen que ante situaciones como esta nos hacemos preguntas existenciales, de algún modo nos volvemos filósofos, no se. De nuevo, demasiado tiempo libre, seguramente.

Si consiguiera un trabajo, fuere el que fuere, me sentiría identificado, volvería orgullosamente cansado a casa a mirar en el diario la sección deportiva y odiar a mi vecino por tener más dinero que yo sin tener que trabajar. Ese es un lujo que nos podemos dar cuando trabajamos. Nos creemos intocables, amparados, poseedores de derechos, nos creemos…

No hay trabajo, esa es la verdad simple y llana. Pero existe otra; un sentido de pertenencia que nos es propio o se apropia de nosotros al ingresar a una sociedad. No se hacer más que esto. No se hacer otra cosa que no sea trabajar. Y está esta otra verdad: me aterra esta incertidumbre. Este reloj despertador que mueve sus rulemanes maliciosamente sonoros dentro de mis sienes y me obliga a estar pendiente del tiempo, este cansino y pesaroso tiempo que me ha tomado de enemigo y ya casi me tiene derrotado.

¡Cómo extraño la llegada de los fines de semana, los días feriados, el volver agotado a casa junto a la estufa luego de una jornada fría, mi sillón; mi cómplice amigo que ha soportado mis fatigas! ¡Cómo extraño esos días de familiar locura entre salidas tardías a la escuela y los gritos matutinos…

Cuando perdí mi trabajo, me perdí. Pienso que quizás quedé guardado en un proyecto irrealizable, inconcluso, atascado entre la primera y la quinta página que no encontraban avance. Me estanqué de alguna manera, sin poder hallar el modo; yo que estaba precisamente para brindar soluciones.

Ahora busco que me solucionen la vida, por primera vez, pido ayuda. Me veo desde lo alto de mi cabeza junto a otros tantos como yo a la espera de la mínima chance, tan diferentes e iguales, desesperanzados e intentando lucir una sonrisa. Me he vuelto más humano, no lo era. Puede que no perdiera del todo mi identidad, me he encontrado con problemas, con tristeza; pero he encontrado brazos amigos en los que apoyarme, palabras sinceras y sentidas de esas que abrazan más que el sol en verano.

Es posible que el transcurso de mi vida escape a mi dominio; no puedo contratarme o cambiar el presente, no puedo no ser un desempleado, no puedo, no puedo… es algo a lo que ya me acostumbré, al “no puedo” y el “no hay formas o no hay trabajo”. Y quedamos con las ganas de una revancha, porque sentimos que perdimos injustamente, que la vida nos hizo trampa. Que nos la debe. Y nos preguntamos: ¿dónde está la sección de reclamos para la vida? ¿Dónde quedaron esos manuales? Pero no hay nada, no existen formas, no importa cuantas calles recorra… simplemente pareciera que no quedan maneras y no hay trabajos.

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