Confesiones nocturnas

Confesiones nocturnas

Rober Ta

07/06/2017



Mientras los búhos tocaban

las cuerdas del insomnio nocturno

y las liebres abandonaban

sus laberintos de la tierra

para curiosear el mundo de superficie,

mientras los gatos salvajes

con sus joyosas miradas

atravesaban la oscura tercera dimensión

para detectar movimientos

que rompían la magia,

mientras un perro callejero

sin tristeza ni cansancio

paseaba disfrutando

su libertad paso a paso,

dejando detrás su cola pomposa,

mientras las ranas decían

que ¡sí! aún existían

en un embalse viejo

de aquella escuela vieja,

mientras los arboles escondían a

los pajarillos diurnos

dormir sin miedo de que venga don Gato,

mientras allí a lo lejos,

en esa inmensa inmnesidad

ante mis propios ojos

no me importaba si el Saturno

tenía más anillos que yo,

que si la estrella era más vieja,

o que si la luna tenía más caras,

o que si el sol en el otro lado

brillaba igual de fuerte

que mi alma ante una preciosidad

de una noche a través de mi balcón

desde la tercera planta de mi piso

que se caía a pedazos poco a poco,

aunque era más acogedor

que aquella casa lujosa

de aquel corbata empresarial

unos pocos metros más allá de la mía e

intentando robar a mis vistas,

a las que ver él ni tendría tiempo,

mientras admiraba mi alrededor

– tan hermoso y frágil, –

yo sabía que el turno de noche

era perfecto para trabajar,

y aunque no tuviera

nada sensato que escribir,

decidiría convertirme

en un escritor insensato,

ya que las plumas locas

son las mejores de todos modos.

Se quitó sus gafas, se lavó la cara con el aire, se sentó en su sillón, sintiendo un cansancio adorable por todo el cuerpo y mente. Pensó: es duro ser un escritor, reconócelo, viejo Horacio, mañana me van a disparar con las preguntas por qué esto y no lo otro como siempre. Por eso lo adoro. Adoro este trabajo. Adoro mis turnos de noche. No importa que digan los demás. Que disparen. Así me siento vivo…

Cogió su lapíz y escribió con un elegante movimiento: “confesiones nocturnas”.

– ¿Vienes a dormir ya, viejo tonto? Mañana madrugo y la luz me molesta, por dios, que incomprensible, con sus inspiraciones otra vez.. ¡Será posible! – Se quejaba la mujer de Horacio, en su camisa de noche y con su pelo negro suelto, descalza mirándole con su perfecta ignorancia, que cada vez le recordaba a Horacio ese perfecto fracaso al que tanto amaba.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS