Aurora se levantó, como cada día, a las 7 de la mañana, se sentía cansada, pero con una necesidad urgente de comenzar su jornada. Se sentó un momento al borde de la cama y se llevo las manos a la cara para despejarse de una noche rara, los ronquidos de su pareja no la habían permitido descansar del todo. Pero eso no era excusa, con un pequeño esfuerzo, se puso de pie y busco sus zapatillas, recorrió un camino ya conocido, tanto, que no tuvo necesidad de desperezarse del todo. Entró al baño, se sentó en la taza del váter, se refresco la cara después y salió directa a la cocina. Ducharse, ¿Para qué? Total, hoy la iba a tocar sudar de lo lindo, hacía calor y el trabajo era el mismo que todos los días, ósea, demasiado para una persona.

Un momento de descanso, pensó, había hecho el zumo de todas las mañanas para ella, su pareja y sus dos hijas. Ahora la tocaban sus diez minutos de tranquilidad, desayunando sus cereales favoritos, a expensas de que el tifón comenzase en su humilde hogar. Se pasaron volando, su hija menor, Leti, debía de entrar a clase en una hora y se levantó mosqueada, sin darla un beso siquiera, ya que no la había despertado, se suponía que debía de levantarla un poco antes, así que se sentó a desayunar y se fue rápido a cambiar.

Le tocaba el turno a su pareja, ella bebió su zumo, la dio un beso en la mejilla que por un momento la reconfortó del todo, y se sentó a tomar las tostadas que Aurora la preparó. Rosa, trabajaba de secretaria en una oficina del centro y su humor cuando llegaba a casa a veces no era el que Aurora desearía. Desayunó y se cambió rápido y con un beso algo más intenso, pero con mucho menos sentimiento se marchó de casa.

Una hora más tarde, a las 8 y media de la mañana, su hija pequeña se marchó al instituto con un pequeño portazo. Aurora se dispuso a comenzar su jornada, cogió el cepillo, suspiró y comenzó a barrer el salón, no la divertía, ni mucho menos, pero ponía un gran esmero cada día. Pasaba el polvo con un trapo como quien sonríe con el trabajo de su vida.

Una vez acabado el salón, tocaba empezar los baños, se puso los guantes y cogió la lejía, sin más dilación comenzó una ardua tarea que la dejó los riñones maltratados, un futbolista, necesitaría una sesión de fisioterapia después de aquella tarea. El tiempo pasaba volando, eran las 10 y se escuchó abrirse una puerta, Amelia, la hija mayor, se levantó y en su somnolencia fue directa al baño recién fregado por su madre; enfurecida, Aurora gritó y por si fuera poco, Amelia se enfadó, se vistió y se largó sin desayunar.

Aurora se sentía sola, un poco abatida, pero eran las 11 de la mañana y su trabajo no tenía pausa, debía de continuar con todas las habitaciones. Al igual que con el salón, su dedicación era como para concederla un aumento, pero por desgracia, aquí no había ningún jefe al que contentar. Terminó al final a la 1 de la tarde, ya que se entretuvo mirando por la ventana y recibiendo un poquito de sol.

Llegó la hora de comenzar a preparar la comida, sus hijas llegarían puntuales a las dos y no habría tiempo de dar explicaciones si hubiese un retraso. Como era habitual a veces, se quemó el antebrazo. El aceite, era traicionero, pero ahí estaban la sopa y los filetes, puntuales al igual que sus hijas. A las 3 de la tarde se acabó de comer, ahora tocaba fregar cacharros y descansar por unas horas. Por suerte Amelia se había percatado de las ojeras de su madre y se ofreció a hacer la cocina, Aurora se acostó en el sillón con una sonrisa.

Cuando se levantó, eran las 5 de la tarde, no había dormido mucho, pero lo suficiente. Poco a poco fue entendiendo que volvía a estar sola en casa, sus hijas se habían vuelto a marchar. Por suerte, aún la quedaban tareas con las que ocupar las horas, debía coser algunos bajos, llamar a su hermana, recoger la ropa tendida y poner la lavadora.

Tras todo esto, a las 8:30 de la tarde, su pareja llegó, un ratito para ellas. A las 9 llegaron juntas sus dos hijas. “Mañana vuelve a haber clase”, le contestó Leti a la pregunta de por qué llegaba tan pronto. La tocó hacer la cena, por suerte todas coincidieron en algo ligero, una ensalada y un poco de atún.

Aurora se acostó a las 10, mañana debía de volver a hacer lo mismo, además debía de ir a la compra y hacer bastantes recados. Se acostó con la satisfacción de un trabajo bien hecho, con un beso de sus dos mujercitas y de su pareja que la demostraron que aunque su trabajo no estaba pagado por nada en el mundo, su recompensa era la de ver a sus personas favoritas felices.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS